Saturday, September 03, 2022

Albino Luciani: “El infierno existe, y se puede caer dentro”


No es que no nos alegre la beatificación de Juan Pablo I, Albino Luciani, ¡ni más faltaba!, solamente que esta beatificación ha sido utilizada para normalizar la versión oficial de su muerte: Infarto al miocardio. Punto. ¡De eso murió y ay del que se atreva a ponerlo en duda! En el proceso de confeccionar la beatificación se incluyeron los artículos, entrevistas y, sobre todo un libro, de la vicepostuladora de la causa de Luciani, mediante los cuales se vino a refrendar esa primerísima versión oficial sobre la muerte del ahora beato. Esa es la parte de todo esto que no nos convence. Precisamente a comienzos de este mismo año 2022 fue publicado un libro bastante fácil de leer y que viene muy al caso, se llama “Asesinato en el Grado 33”, del P. Charles Murr, muy amigo del hombre a quien Paulo VI le encargó aquella investigación o visitación a la Curia, arzobispo Édouard Gagnon (luego cardenal), la cual realizó en tres años, al cabo de los cuales se vio con las gravísimas dificultades de entregar los resultados a Paulo VI, luego a Juan Pablo I y después a Juan Pablo II. En el prefacio de ese libro se lee que la única forma de averiguar cuántos masones en la Curia había encontrado Gagnon en su investigación es publicar su informe. Eso era en 1978, han pasado apenas 44 años, masones en la Curia ya no debe haber (leer la anterior frase con sarcasmo), pero sería muy edificante conocer ese informe. Aunque no solamente por la lectura de ese libro, lo mencionamos por lo actual, con razonable duda no es posible abrazar la versión oficial sobre la muerte de Luciani. Pero ahora ya todo eso es pasado, a Luciani le dio un infarto, murió, se comprobaron sus virtudes heroicas, intercedió por un milagro, ahora es beato, en el futuro será santo y todos contentos.

El texto que traduciremos a continuación proviene de la mano del ahora beato, en alguna otra ocasión lo habíamos mencionado, ahora lo traemos completo, y es una reflexión de cuando fue a Fátima y habló con Sor Lucía, última vidente de Fátima, un año antes de ser elegido Papa. Originalmente fue publicado en la revista del Patriarcado de Venecia, Gente Veneta, el 23 de Julio de 1977, página 5, e incluído en su Opera Omnia, Tomo VIII, página 179 (en la segunda edición de 2011), y de allí es de donde lo tomamos. Repetimos, es una traducción nuestra, no es una traducción profesional, si existiere alguna duda el texto que prevalece y al cual hay que referirse es el original en italiano.


EN FATIMA CON SOR LUCÍA¹

23 de julio de 1977

El Lunes 11 de julio concelebré con algunos sacerdotes de Venecia y del Véneto en la iglesia de las carmelitas de Coimbra, ciudad portuguesa de unos cien mil habitantes. Inmediatamente después, solo (los cardenales pueden entrar en la clausura), me encontré con toda la comunidad de monjas (veintidós entre profesas y novicias); luego hablé largamente con sor Lucía dos Santos, la única sobreviviente de los tres videntes de Fátima. Sor Lucía tiene setenta años, pero los lleva bien: de esto me lo aseguró ella misma, sonriendo. No añadió como Pío IX: “Los llevo tan bien, que no se me cae ni siquiera uno”, pero la jovialidad, el hablar rápido, el interés apasionado que, al hablar, revela por todo lo que concierne a la Iglesia de hoy con sus problemas agudos, muestran en ella juventud espiritual.

El portugués yo lo entiendo aproximativamente por haber estado —previo estudio muy sumario—un par de semanas en Brasil; si hubiera estado ayunando completamente esa lengua, lo mismo hubiera entendido a la monjita, que me insistía en la necesidad de tener cristianos hoy y especialmente seminaristas, novicios y novicias seriamente decididos a ser de Dios sin reservas. Con tanta energía y convicción me habló de freiras, padres y cristãos a firme cabeça (monjas, sacerdotes y cristianos de cabeza firme). Radical como los santos: ou todo ou nada, o todo o nada, si se quiere ser de Dios en serio. De las apariciones Sor Lucía no me habló. Yo le pregunté sólo una cosa sobre la famosa “danza del sol”. No lo ha vio. Setenta mil personas durante diez minutos seguidos el 13 de octubre de 1917 vieron el sol colorearse de varios colores, rotar en torno a sí mismo tres veces y luego descender velocísimamente hacia la tierra. Lucía, con sus dos compañeros, al mismo tiempo veía, en cambio, cerca del sol inmóvil, a la Sagrada Familia, luego, en cuadros sucesivos, a la Virgen como la Dolorosa y como Nuestra Señora del Carmen.

En este punto alguien preguntará: ¿un cardenal se interesa de revelaciones privadas? ¿No sabe que él que el Evangelio lo contiene todo? ¿Que las revelaciones aunque aprobadas no son artículos de fe? Lo sé muy bien. Pero artículo de fe, contenido en el Evangelio, es también este otro: que “éstas serán las señales que acompañarán a los que creen” (Mc 16,17). Si hoy se ha puesto tan de moda “escrutar los signos de los tiempos”, que asistimos a una inflación y plaga de “signos”, creo sea legítimo referirse (con fe humana) al signo del 13 de octubre de 1917 atestiguado incluso por anticlericales e incrédulos. Y, detrás del signo, conviene prestar atención a las cosas subrayadas por ese signo. ¿Cuáles?

Primero: arrepiéntete de los propios pecados, evita volver a ofender al Señor.

Segundo: orar. La oración es medio de comunicación con Dios, pero los medios de comunicación entre los hombres (TV, radio, cine, prensa) hoy prevalecen descaradamente y parecen querer acabar con la oración por completo: ceci tuera concela (esto matará aquello) se ha dicho; parece verificarse. No soy yo, sino Karl Rahner, quien escribió: “Hay en acto también en el interior de la Iglesia un compromiso exclusivo del hombre con las realidades temporales, que ya no es una opción legítima, sino una apostasía y una caída total de la fe”.

Tercero: rezar el Santo Rosario. Naamán el sirio, gran general, desdeñaba el simple baño en el Jordán sugerido por Eliseo. Alguien hace como Naamán: “Soy un gran teólogo, un cristiano maduro, que respira Biblia a pleno pulmón y suda liturgia por todos los poros, ¿y se me proponen el Rosario?”. Sin embargo, también los quince misterios del Rosario son Biblia, y también el Pater y el Ave María y el Gloria, Biblia unida a la oración, que hace bien al alma. Una Biblia estudiada por puro amor a la investigación podría inflar el alma de orgullo y secarla: no es raro el caso de biblistas que han perdido la fe.

Cuarto: el infierno existe, y se puede caer dentro. En Fátima Nuestra Señora enseñó esta oración: “Jesús, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo”. Hay cosas importantes en este mundo, pero ninguna más importante que merecer el Paraíso con una buena vida. No es Fátima quien lo dice, sino el Evangelio: “¿qué aprovechará el hombre si ganara el mundo entero, y luego perdiera la propia alma?” (Mt 16,26).

¹ «Gente Veneta», 23 de julio de 1977, p. 5.