Se realizó hoy, no completamente según lo planeado, el Vía Crucis en el Coliseo romano, el cual había sido objeto de protestas por parte de los ucranianos que no veían con buenos ojos que una mujer ucraniana y otra rusa, Irina y Albina, llevaran conjuntamente la cruz en la XIII estación. Ante las protestas se realizó una fuerte contraofensiva en medios por parte de algunos de los habituales turiferarios de Francisco, más notoriamente el P. Antonio Spadaro, quien entre el Martes y el Miércoles vía Twitter, vía una entrevista en televisión y vía una columna en Il Manifesto, no solamente defendió la idea sino que en algunos aspectos atacó a los críticos. Luego de ello apareció otras veces en medios con la defensa, incluso hasta último momento en la mañana de hoy volvió a Twitter defendiendo la idea, casi como si el de la idea hubiera sido él. También otros periodistas —¡ojo!, no hemos dicho ‘activistas’— y medios de comunicación ejercieron el mismo papel, no sin un tinte de sarcasmo en ocasiones, por supuesto.
Según se infiere las protestas no lograron evitar la participación de estas dos mujeres, que nada tienen que ver con la invasión, tienen la misma profesión, enfermeras, y a raíz de ella fue que se conocieron e hicieron amigas hace casi dos años. Llevaron efectivamente y conjuntamente la cruz, sin embargo, la meditación que debería haberse leído y que fue anunciada con antelación, no lo fue, reemplazándose por un momento de oración silenciosa por parte de los presentes (en el video ir a 1:13:08)
La meditación anunciada, a última hora omitida, era la siguiente.
La muerte está en torno y la vida parece perder valor. Todo cambia en pocos segundos. La existencia, los días, la despreocupación de la nieve en invierno, ir a buscar a los niños a la escuela, el trabajo, los abrazos, las amistades, todo. Todo pierde improvisamente valor. Señor, ¿dónde estás? ¿Dónde te escondiste? Queremos la vida de antes. ¿Por qué todo esto? ¿Qué culpa cometimos? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué has abandonado a nuestros pueblos? ¿Por qué has dividido de este modo a nuestras familias? ¿Por qué ya no tenemos ganas de soñar ni de vivir? ¿Por qué nuestras tierras se han vuelto tenebrosas como el Gólgota? Se nos acabaron las lágrimas. La rabia ha cedido a la resignación. Sabemos que Tú nos amas, Señor, pero no percibimos este amor, lo que nos hace enloquecer. Nos despertamos en la mañana y por algunos segundos somos feliz, pero luego nos acordamos inmediatamente de que será difícil reconciliarnos. Señor, ¿dónde estás? Háblanos desde el silencio de la muerte y de la división, y enséñanos a reconciliarnos, a ser hermanos y hermanas, a reconstruir lo que las bombas habrían querido aniquilar.