Los sacerdotes, ministros de mi Hijo, los sacerdotes, por su mala vida, por sus irreverencias y su impiedad al celebrar los santos misterios, por su amor al dinero, a los hombres, a los placeres, se han convertido en cloacas de impureza. Sí, los sacerdotes piden venganza, y la venganza pende de sus cabezas. ¡Ay de los sacerdotes y personas consagradas a Dios, que por sus infidelidades y mala vida crucifican de nuevo a mi Hijo! Los pecados de las personas consagradas a Dios claman al cielo y piden venganza, y he aquí que la venganza está a las puertas, pues ya no se encuentra a nadie que implore misericordia y perdón para el pueblo; ya no hay almas generosas ni persona digna de ofrecer la Víctima sin mancha al Eterno en favor del mundo.
Nuestra Señora de La Salette, 1846
Justo al final del acostumbrado rezo del Ángelus dominical, hoy Francisco ha hecho una alusión a Nuestra Señora de La Salette (traducción oficial).
Mi pensamiento se dirige a los reunidos en el Santuario de La Salette, en Francia, en recuerdo del 175º (ciento setenta y cinco) aniversario de la aparición de la Virgen, que se mostró entre lágrimas a dos muchachos. Las lágrimas de María recuerdan las de Jesús en Jerusalén y su angustia en Getsemaní. Son un reflejo del dolor de Cristo por nuestros pecados y una llamada siempre actual a confiarse a la misericordia de Dios.