No alcanzó la exégesis de Tucho ni las improvisadas palabras de Francisco ayer en su catequésis para satisfacer la inconformidad de los “Hermanos Mayores” sobre unas expresiones de Francisco en su catequésis de Ago-11-2021 respecto de la ley Mosaica. Quien ahora aparece en escena es Riccardo Di Segni, Gran Rabino de Roma, con una carta al director del diario La Repubblica, publicada Sep-02-2021 (nuestra traducción).
Torá, una lección de respeto
Riccardo Di Segni
Gran Rabino, Comunidad Judía de Roma
Querido director,
Mientras nuestras preocupaciones se concentran en el Covid y los hechos afganos, parecería extraño distraernos sobre una pequeña reciente controversia interreligiosa. Pero el tema es de algún interés y las explicaciones son útiles. La cosa nace de un reciente comentario papal sobre la carta de Pablo a los Gálatas, en el que habla del papel de la ley, la Torá, con respecto a la fe; se produjo una protesta. Para defender a Pablo y a quien lo ha citado se trajo a colación el Baal Shem Tov (muerto en 1760), el mítico fundador del Jasidísmo en Europa del Este, con una frase sobre el sentido de las acciones; de él se puede comenzar con otra frase suya. En los días del Baal Shem Tov no había transporte público y había que fiarse de cocheros desconocidos. El Maestro, que viajaba mucho, tenía una regla para decidir quién era digno de confianza. Si el cochero, al pasar frente a una iglesia, hacía la señal de la cruz, se podía confiar en él. Para el Baal Shem Tov, un simple acto de fe, aunque no fuera judío, era una licencia de credibilidad. La fe cuenta mucho para los grandes maestros del judaísmo. La religión judía está hecha de reglas que deben observarse, junto con un sistema de creencias. Desde orígenes lejanos hasta hoy, se discute en el judaísmo sobre el valor que pueda tener la observancia de los preceptos sin una adecuada participación espiritual, sin creer. Los Maestros que antes y después del Baal Shem Tov han subrayado la importancia absoluta de la fe son muchos. Pero ninguno de estos se ha soñado jamás decir que si no hay fe no hay necesidad de observar, y que la observancia sólo sirve para preparar para una nueva fe. El problema lo planteó el cristianismo naciente, sobre todo cuando tuvo que encontrar una fórmula para diferenciarse de la matriz judía. La solución propuesta por Pablo fue, muy simplemente, que no solo debía prevalecer la fe, sino que la observancia ahora estaba superada; se necesitaba creer y no someterse a las leyes de la Torá. En esta elección suya, Pablo recordó temas discutidos en el judaísmo de su tiempo, estaba convencido de que los nuevos tiempos requerían reformas radicales, pero diciendo que la Torá fue abrogada se ponía fuera del judaísmo y creaba una religión diferente.
Pero hoy, ¿qué nos importan estas discusiones de hace dos mil años? Es porque pueden ser objeto de predicación al público en general, abriendo escenarios problemáticos. Porque volver a proponer en términos simplificados las antiguas contraposiciones implica el riesgo de confirmar estereotipos hostiles, en el caso particular el del judaísmo como religión abrogada y formalista, toda deberes, sin espíritu, ni simple preparación, “pedagogía” para la nueva fe. Tratar estos temas requiere atención y valoración de las consecuencias. Asombran también ciertas defensas de oficio, en las cuales se llega a las paradojas. A quien protesto por la forma en que se explicaron las palabras de Pablo, se les ha respondido que Pablo solo quería decir que para él la Torá sin fe no tiene valor, y en esto afirmaba un principio judío. Ciertamente, Pablo tiene sólidas referencias a la tradición judía, pero su pensamiento también es revolucionario. No se puede decir que su pensamiento sea el judaísmo precisamente cuando propone su relectura radical de la Torá, que sirve de introducción a una nueva fe; ni tampoco afirmar hoy que quien defendía la Torá era un “misionero fundamentalista”, término que en estos días debería dirigirse a otra parte. El Baal Shem Tov ponía la fe en primer plano, incluso la fe de los no judíos, pero la Torá no la relativizaba. Sería útil usar la lección del Baal Shem Tov no para hacerle decir cosas que nunca soñó decir, sino para enseñar el respeto reciproco, que en este caso no ha existido.