“Liberó”, “liberación”, “libres”, “liberados”, “librado”, “libró”, “librando”, “liberaron”, “liberarnos”, y así sucesivamente en 41 ocasiones hoy durante la homilía de la Misa en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, ha regresado Francisco. Suponemos por allá en los ambientes liberacionistas deben estar contentísimos y harán bastante buen uso —para sus intereses, obvio— de ella.
No podía quedar por fuera, por supuesto, una de las obsesiones de Francisco: La rigidez. Nótese cómo en el siguiente pasaje Francisco habla del “rígido” y “fundamentalista” apostol Pablo.
También el apóstol Pablo experimentó la liberación de Cristo. Fue liberado de la esclavitud más opresiva, la de su ego. Y de Saulo, el nombre del primer rey de Israel, pasó a ser Pablo, que significa “pequeño”. Fue librado también del celo religioso que lo había hecho encarnizado defensor de las tradiciones que había recibido (cf. Gal 1,14) y violento perseguidor de los cristianos. Fue liberado. La observancia formal de la religión y la defensa a capa y espada de la tradición, en lugar de abrirlo al amor de Dios y de sus hermanos, lo volvieron rígido: era un fundamentalista. Dios lo libró de esto, pero no le ahorró, en cambio, muchas debilidades y dificultades que hicieron más fecunda su misión evangelizadora: las fatigas del apostolado, la enfermedad física (cf. Ga 4,13-14), la violencia, la persecución, los naufragios, el hambre y la sed, y —como él mismo contaba— una espina que lo atormentaba en la carne (cf. 2 Co 12,7-10).
¿Y qué diremos nosotros?: ¡Líbranos, Señor!