Esta es una entrevista con el cardenal Robert Sarah, desde hace pocos días prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, publicada en Il Foglio, Mar-10-2021. Traducción, con algunas adaptaciones, de Secretum Meum Mihi.
“La Iglesia no es un campo de batalla”
La relación con el Papa Francisco y la verdad sobre el libro escrito con Benedicto XVI. El Sínodo alemán y el riesgo de una apostasía silenciosa. Entrevista exclusiva con el cardenal Robert Sarah
MATTEO MATZUZZI
Roma “La obediencia al Papa no es solo una necesidad humana, es el medio para obedecer a Cristo. Aunque algunos periodistas sigan repitiendo las tonterías de siempre, nunca me he opuesto al Papa”. El cardenal Robert Sarah, desde hace unas pocas semanas prefecto emérito de la congregación para el Culto divino y la disciplina de los sacramentos, autor de libros que pronto se convirtieron en bestsellers (una empresa que resulta milagrosa, considerando la compleja temática de sus obras y la no alta predisposición a la lectura de la humanidad contemporánea), cuenta a Il Foglio su punto de vista sobre los desafíos presentes y futuros de la Iglesia, sobre su relación con Francisco, purificada de los chismes de sacristía —incluso mediáticos— a menudo molestos, de lo que sucedió después de la publicación, hace poco más de un año, del libro Desde lo profundo de nuestro corazón escrito con el prólogo de Benedicto XVI y publicado en Italia por Cantagalli. Muchos se sorprendieron por un despido repentino, sobre todo porque no se nombró sucesor del Culto divino y porque la prórroga se concedió hace tan sólo unos meses.
¿Qué sucedió?
“Como todos los cardenales, según las normas vigentes, había entregado al Santo Padre mi carta de renuncia al cargo de prefecto de la congregación el pasado mes de junio con motivo de mi 75° cumpleaños. El Papa me pidió que continuara mi tarea en el servicio de la Iglesia Universal donec aliter provideatur, es decir, ‘hasta que el Santo Padre decida diferente’. Hace unas semanas el Papa me informó que ya había decidido aceptar mi renuncia. Inmediatamente le dije que estaba feliz y agradecido por su decisión. Lo he repetido a menudo: la obediencia al Papa no es solo una necesidad humana, es el medio para obedecer a Cristo que puso al apóstol Pedro y sus sucesores a la cabeza de la Iglesia. Estoy feliz y orgulloso de haber servido a tres Papas: San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, en la curia romana durante más de veinte años. He tratado de ser un servidor leal, obediente y humildemente sumiso de la verdad del Evangelio. Incluso si algunos periodistas continúan repitiendo las mismas tonterías, nunca me he opuesto al Papa”.
¿Qué recuerda de su servicio en el dicasterio que se ocupa de la liturgia?
“Algunos ven la dirección de este dicasterio como un cargo honorífico, de poca importancia. Al contrario, creo que la responsabilidad por la liturgia se pone en el centro de la Iglesia, de su razón de ser. La Iglesia no es una administración ni una institución humana. La Iglesia prolonga misteriosamente la presencia de Cristo en la tierra. ‘La liturgia’, dice el Concilio Vaticano II, ‘es el culmen hacia el que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde emana toda su energía’ (Sacrosanctum Concilium, n. 10), y ‘como obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, y ninguna otra acción de la Iglesia iguala su eficacia al mismo título y en el mismo grado’ (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 7). La Iglesia existe para dar a los hombres a Dios y para dar a Dios a los hombres. Este es precisamente el papel de la liturgia: adorar a Dios y comunicar la gracia divina a las almas. Cuando la liturgia está enferma, toda la Iglesia está en peligro porque su relación con Dios no sólo está debilitada sino profundamente dañada. La Iglesia, por tanto, corre el riesgo de desprenderse de su fuente divina para convertirse en una institución autorreferencial. Estoy muy impresionado —dice el cardenal Sarah— se habla mucho de la Iglesia, de su necesaria reforma. Pero, ¿estamos hablando de Dios? ¿Estamos hablando de la obra de redención que Cristo realizó principalmente a través del misterio pascual de su bendita Pasión, de su resurrección de entre los muertos y su gloriosa Ascensión, misterio pascual por el cual ‘muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida’ (Sacrosanctum Concilium, n. 5)? ¡En lugar de hablar de nosotros mismos, volvamos a Dios!”.
“Esto —dice el cardenal Robert Sarah a Il Foglio— es el mensaje que he repetido más y más veces durante años. Si Dios no está en el centro de la vida de la Iglesia, entonces está en peligro de muerte. Esto es ciertamente el motivo por el cual Benedicto XVI afirmó que la crisis de la Iglesia es esencialmente una crisis de la liturgia, porque es una crisis de la relación con Dios. También por eso, siguiendo a Benedicto XVI, he insistido: el propósito de la liturgia no es celebrar a la comunidad ni al hombre, sino a Dios. Esto es lo que muestra muy bien la celebración orientata. ‘Donde no es posible una orientación directa a oriente —dice Benedicto XVI— la cruz puede, por tanto, servir como orientación interior de la fe. Debe pues colocarse en el centro del altar y enfocar la mirada del sacerdote y de la comunidad orante. En esto nos conformamos con la antigua invitación a la oración que abre la Eucaristía: Conversi ad Dominum, ‘Vuélvanse al Señor’. Miremos juntos a Aquel cuya muerte nos da la vida, Aquel que está ante el Padre, nos toma en sus brazos y nos hace templos vivos y nuevos del Espíritu Santo (cf. 1 Co 6,19)’. Cuando todos juntos se vuelven hacia la Cruz, se evita el riesgo de un cara a cara demasiado humano y cerrado sobre sí mismo. Abramos nuestro corazón a la irrupción de Dios”. Después de todo, añade el cardenal guineano, “como decía Joseph Ratzinger, ‘la idea de que en la oración el sacerdote y el pueblo deben enfrentarse el uno con el otro sólo nació en el cristianismo moderno, es completamente extraña al cristianismo antiguo. Es cierto que el sacerdote y el pueblo oran vueltos no el uno frente al otro, sino hacia el único Señor, el Cristo que, en silencio, viene a nuestro encuentro. (Joseph Ratzinger, Prefacio al volumen XI de la Opera omnia: Teología de la liturgia, París, Parole et Silence, 2020). Por eso también he seguido insistiendo en la necesidad de un espacio de silencio en la liturgia. Cuando el hombre calla deja un lugar para Dios. Al contrario, cuando la liturgia se vuelve ‘locuaz’, olvida que la cruz es su centro, se organiza en torno del micrófono. Todas estas preguntas son cruciales porque condicionan el lugar que le damos a Dios. Y lamentablemente se han convertido en cuestiones ideológicas”.
El arrepentimiento es evidente, la fotografía despiadada. ¿Qué quiere decir, Eminencia, cuando habla de cuestiones“ideológicas”?
“Con demasiada frecuencia en la Iglesia de hoy nos comportamos como si todo fuera una cuestión de política, poder, influencia e imposición injustificada de una hermenéutica del Vaticano II en ruptura total e irreversible con la Tradición. Ha sido un gran dolor para mí ver estas luchas entre facciones. Cuando he hablado de orientación litúrgica y sentido de lo sagrado, me dijeron: ‘¡Estás en contra del Concilio Vaticano II!’. ¡Es equivocado! No creo que la lucha entre progresistas y conservadores tenga sentido en la Iglesia. Estas categorías son políticas e ideológicas. La Iglesia no es un campo de lucha política. Lo único que cuenta es buscar a Dios cada vez más profundamente, encontrarlo y arrodillarse humildemente para adorarlo. El Papa Francisco, cuando me nombró, me dio dos instrucciones: implementar la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II y hacer vivir la herencia litúrgica de Benedicto XVI. Estoy profundamente convencido de que estas dos instrucciones forman una única dirección. Porque Benedicto XVI es ciertamente la personalidad que ha comprendido más profundamente el Vaticano II. Continuar la obra litúrgica de Benedicto XVI es la mejor forma de aplicar el verdadero Concilio. Lamentablemente, algunos ideólogos quieren oponer la Iglesia preconciliar a la posconciliar. Dividen, hacen el trabajo del diablo. La Iglesia es una, sin rupturas, sin cambios de rumbo, porque su Fundador ‘Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre’ (Hb 13, 8). La Iglesia va hacia Dios, nos dirige hacia Él. Desde la profesión de fe de San Pedro hasta el Papa Francisco pasando por el Vaticano II, la Iglesia nos vuelve a Cristo. Darle a la liturgia su carácter sagrado, dejar espacio para el silencio y, a veces, incluso celebrar hacia el oriente, como lo hace el Papa Francisco en la Capilla Sixtina o en Loreto, significa actuar en modo profundo y espiritual el Concilio. Señalo una coincidencia extraordinaria: el mismo día del anuncio de mi sustitución, el Papa emérito Benedicto XVI me envió la edición francesa de sus obras sobre la liturgia. Vi una invitación de la Providencia para continuar este trabajo por restaurar una liturgia que vuelva a poner a Dios en el centro de la vida de la Iglesia”.
Ha hablado del Papa Francisco. ¿Cómo fue su colaboración con él? ¿Hubo alguna dificultad?
“Algunos insinúan sin motivos ni dejando de fallar en aportar pruebas concretas y creíbles de que somos enemigos, pero eso no es cierto. El Papa Francisco ama la franqueza. Siempre hemos colaborado con sencillez, a pesar de las fantasías de los periodistas. El Papa Francisco, por ejemplo, entendió muy bien y recibió el libro para el cual había colaborado con Benedicto XVI, Desde lo profundo de nuestro corazón. No le oculté mi preocupación por las consecuencias eclesiológicas de poner en discusión el celibato de los sacerdotes. Cuando me recibió después de esta publicación, mientras las campañas de prensa me acusaban de mentir, el Papa me apoyó y animó. Había leído y apreciado, al parecer, la copia autógrafa que el Papa Benedicto XVI, con su delicadeza, le había enviado. En esta ocasión me dí cuenta que la verdad siempre triunfa sobre la mentira. No tiene sentido entrar en grandes campañas de comunicación. Todo lo que se necesita es el coraje para permanecer sincero y libre. El apoyo del Papa Francisco, el afecto constante del Papa Emérito Benedicto XVI y los miles de mensajes de agradecimiento de sacerdotes y laicos de todo el mundo me han permitido comprender la profundidad del mensaje de Jesús Resucitado: ¡no tengáis miedo!”
¿Cómo ve el futuro de la Iglesia?
“Soy miembro de la Congregación para las Causas de los Santos. Allí veo con inmensa alegría cómo la Iglesia brilla con santidad. Nos alegra ver el impresionante número de hijas e hijos de la Iglesia católica que se toman en serio el Evangelio y el llamado universal a la santidad. Verdaderamente ‘es del costado de Cristo durmiente en la cruz de donde ha brotado el maravilloso sacramento de toda la Iglesia’ (Sacrosanctum Concilium, n. 5). A pesar de lo que dicen los ‘ciegos de nacimiento’ y a pesar de los muchos pecados de sus miembros, la Iglesia es hermosa y santa. Es la extensión de Jesucristo. La Iglesia no es una institución mundana, su salud no se mide por su poder e influencia. La Iglesia hoy vive el Viernes Santo. El Barca parece estar haciendo agua por todos lados. Algunos la traicionan desde dentro. Pienso en el drama y los horribles crímenes de los sacerdotes pedófilos. ¿Cómo puede ser fructífera la misión cuando tantas mentiras cubren la belleza del rostro de Jesús? Otros se sienten tentados a traicionar dejando la nave para seguir a los poderes de moda. Pienso en las tentaciones que se están produciendo en Alemania durante su camino sinodal. Uno se pregunta qué quedará del Evangelio si todo esto llega al final: una verdadera apostasía silenciosa. Pero la victoria de Cristo siempre atraviesa por la Cruz. La Iglesia debe ir a la Cruz y al gran silencio del Sábado Santo. Debemos orar con María junto al cuerpo de Jesús. Mirar, orar, hacer penitencia y reparar para poder anunciar mejor la victoria de Cristo Resucitado”.
¿Y Usted, qué hará ahora?
“No dejaré de trabajar. También estoy feliz de tener más tiempo para orar y leer. Seguiré escribiendo, hablando, viajando. Aquí en Roma sigo recibiendo sacerdotes y fieles de todo el mundo. La Iglesia más que nunca necesita obispos que hablen claramente, libremente y fielmente a Jesucristo y las enseñanzas doctrinales y morales de su Evangelio. Tengo la intención de continuar esta misión e incluso ampliarla. Debo seguir trabajando al servicio de la unidad de la Iglesia, en la verdad y en la caridad. Deseo humildemente seguir apoyando la reflexión, la oración, el coraje y la fe de tantos cristianos confundidos, confundidos y desorientados por las múltiples crisis que atravesamos en este momento: crisis antropológica, crisis cultural, crisis de fe, crisis sacerdotal, crisis moral, pero sobre todo crisis de nuestra relación con Dios.