«Profecía y Realidad», artículo de Monseñor Corrado Balducci en Osservatore Della Domenica

A partir de hoy se hicieron disponibles los archivos de Osservatore Della Domenica (una explicación a fondo puede leerse en agencia Zenit).
Tomando ventaja de ello, hemos hecho nuestra particular traducción de uno de tantos artículos contenidos en el archivo. Y, obedeciendo a nuestra calidad de fatimistas —nombre peyorativo con el cual el card. Bertone designó a comienzos del siglo XXI a quienes no se conforman con las interpretaciones en su momento dadas por la jerarquía a los acontecimientos de Fátima, en especial al llamado ‘Tercer Secreto’, su completa y total revelación, y a la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón— tomamos el ensayo de Monseñor Corrado Balducci aparecido en el número 41, Oct-15-1978, pág. 20, en el cual incluye apartes de lo que algunos creían estaba contenido en la tercera parte del Secreto de Fátima y había sido publicado en Octubre de 1963 por el periodista Louis Emrich en Neues Europa de Stuttgart, dejando la duda de por qué la publicación vaticana se ocuparía de esas especulaciones si no fuera porque algo de cierto tendrían, máxime que desde su publicación en 1963 nunca habían obtenido un desmentido vaticano y su alusión en un artículo de Osservatore Della Domenica se podría tomar como un indirecto asentimiento de la veracidad de lo publicado en Neues Europa. En realidad el barniz de autoridad no residía más que en la propia de Monseñor Balducci, quien además logró que el ensayo fuera publicado en el tiempo de sede vacante entre Juan Pablo I y Juan Pablo II.
PROFECÍA Y REALIDAD
El grito admonitorio de Jeremías podría encontrar un eco en los mensajes proféticos sobre cuya autenticidad está en discusión. Sin embargo, vale la pena meditarlos y compararlos con la realidad de hoy.
Desde hace algunos años se habla y escribe mucho de mensajes proféticos y de próximas graves calamidades. El argumento se ha puesto aún más de moda luego de que en pocas semanas la humanidad haya tenido que asistir a dos funerales de papas, preanunciados durante siglos en algunas de sus características, como muchos otros predecesores, por las llamadas profecías de Malaquías.
Al Papa Juan Pablo I se le había indicado con la frase «De medietate lunae». ¿Dónde ver la media luna en él? La manera más obvia y más sencilla es detenerse en el apellido «Lucian», cuya primera sílaba constituye la mitad del nombre «luna»: por lo tanto, se indica una media luna en el apellido.
Además, en los 108 lemas con los que Malaquías designa a los antecesores de Juan Pablo I, comenzando por Celestino II, electo en 1143, 19 tienen su explicación (al menos parcial) en el nombre o apellido.
Nacido en Armagh en Irlanda en 1094, Malaquías se convierte en sacerdote a la edad de 25 años; a los 30 fue elegido obispo de Connor y más tarde sucedió al arzobispo Celso en la sede de Armagh. En su primer viaje a Roma, se detuvo en Chiaravalle en Francia, donde conoció a San Bernardo, con quien se hizo amigo. Murió el 2 de noviembre de 1148, asistido por el mismo San Bernardo, quien luego escribió su vida: el 6 de julio de 1190 fue canonizado por Clemente III.
Las llamadas Profecías de Malaquías fueron publicadas por primera vez en 1595 por el monje benedictino Arnold Wion, quien las incluyó en su «Lignum Vitae» editado ese año en Venecia. Se trata de 111 lemas que deberían indicar algunas características de otros tantos papas; también habla, al final, del último Papa, que recibe el nombre de Pedro Romano.
Entre los estudiosos, la opinión predominante es contraria a la autenticidad de estas profecías: según algunos, fueron inventadas en 1590 durante la época del Cónclave que se produjo a la muerte de Urbano VIII, con el fin de influir de cierta manera en la elección del sucesor, un intento que luego fracasó. Sin embargo, hay quienes afirman su autenticidad o quienes por lo menos, como el jesuita René Thibaut, sostienen su carácter profético, al tiempo que lo atribuyen a un autor de 1571.
Aparte de tal cuestión, ciertas coincidencias y ciertos [hechos] cumplidos incluso en los papas posteriores a 1590 dejan perplejos y pensativos; es un hecho que —hasta donde se puede recordar— se habla de estas profecías con respeto; Carlo Marcora lo escribió en 1963 en su «Historia de los Papas», y se utilizan ciertos lemas para designar a algunos pontífices: «Peregrinus Apostolicus» para Pío VI, «Lumen de Coelo» para León XIII, «Pastor Angelicus» para Pío XII ( un documental sobre su vida se llama justo así).
No es el caso anticiparnos a los tiempos con profecías del género, que en sus breves lemas pueden encontrar las más variadas y muchas veces vagas interpretaciones: de hecho en su mayor parte tienen una explicación en elementos simples e irrelevantes, como por ejemplo un escudo de armas (como para Pablo VI), la composición del nombre (Julio III), el lugar de origen de la persona (Pío V), cargos ocupados precedentemente (Pío II), u otras circunstancias puramente accidentales (por ejemplo, Inocencio X de fiesta del día de su elección, Clemente IX de la sala del Cónclave).
Solo en una minoría de casos encuentran su cumplimiento en una o más características del Pontificado (por ejemplo, «Fides intrépida» para Pío XI, «Pastor et Nauta» para Juan XXIII) o incluso en algún evento particularmente triste y penoso (por ejemplo «Peregrinus Apostolicus» para Pío VI, que murió en el exilio, «Religio Depopulata» para Benedicto XV, bajo cuyo pontificado fue la I guerra mundial).
Por estas razones, los lemas de los dos futuros pontífices, a saber, «De Labore Soli» y «Gloria Olivae», podrían tener una razón de ser simplemente en el escudo de armas del elegido o en alguna otra circunstancia completamente insignificante.
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Sin embargo, hay quienes quieren ver en estos dos lemas un significado mucho más exigente y referente a la época en la que vivirán: en tal orden de ideas durante el próximo Pontificado se verificaría un gran cataclismo, que muy probablemente podría estar representado por la III guerra mundial; a esto le seguiría, bajo otro nuevo Pontificado, un período de tranquilidad y de paz.
Por otro lado, que un evento muy grave, un castigo terrible, debe verificarse dentro de un cierto tiempo, es un lugar común en varias profecías; sin embargo, no debe olvidarse que el concluirse un segundo milenio, como ya al termino del primero, es una fecha muy favorable y propicia para visiones de tal género; ¿hay quienes hablan del fin del mundo para el año dos mil? Se repite exactamente lo que sucedió hace un milenio.
No es del caso perderse detrás de los numerosos textos y mensajes llamados proféticos, a menudo debido a mentes exaltadas, si no realmente enfermas, y que encuentran más fácil cebo y acogida en períodos prolongados de desánimo y escepticismo.
Sin embargo, hay un texto que nos hace pensar y cuya autenticidad parece aceptable: el del llamado «Secreto de Fátima» (de 1917). Corren voces de que se haría público en 1960; después se pensó que podría conocerse durante el Año Santo de 1975. Si se tratase de buenas noticias, consoladoras, no habría razón para mantenerlo oculto; pero en cambio parece contener anuncios penosos y lemas trágicos. Hace tiempo aparecieron indiscreciones al respecto en la prensa después de que —se dice— el texto fuera puesto en conocimiento, hacia 1963, del presidente de los Estados Unidos de América y del jefe de la Unión Soviética. También se encuentra en el volumen «Las profecías» de Renzo Baschera, reimpreso a su vez por «Nueva Europa« que publicó en Stuttgart el 15 de octubre de 1963.
Cierto o no, cito algunas frases: «Un gran castigo caerá sobre el género humano... en la segunda mitad del siglo XX»; «En ninguna parte del mundo hay orden. Satanás reina en los más altos puestos... seducirá los espíritus de los grandes científicos que inventan las armas con las que será posible destruir a gran parte de la humanidad en pocos minutos (¡en 1917 no se conocía la energía atómica!). Tendrá en el poder a los poderosos que gobiernan a los pueblos y los incitará a fabricar enormes cantidades de esas armas». «También para la Iglesia llegará el tiempo de sus grandes pruebas ». «Una gran guerra se desencadenará en la segunda mitad del siglo XX... millones y millones de hombres envidiarán a los muertos».
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En este punto, prescindiendo de profecías y predicciones de cualquier tipo y veracidad y dejando el juicio sobre el mensaje de Fátima al lector, desearía introducirme con Ustedes en la realidad de hoy; Me gustaría interrumpir el sueño en el que parece vivimos descuidados de lo que nos espera.
Preguntémonos una primera pregunta: ¿es posible que ya no haya una guerra mundial?
Una segunda pregunta: ¿quién se sentiría tan ingenuo como para pensar que una próxima guerra no se librará con armas nucleares? En esta inaudita y más despreciable eventualidad, todo lleva a pensar que se utilizarán las últimas y más recientes armas. Le seguiría un cataclismo sin precedentes, una tremenda destrucción de la humanidad y sus recursos. Se recordará lo que respondió Einstein a la pregunta de si habría una tercera guerra mundial: «No sé, pero de una cosa estoy seguro, ¡y es que la que venga después se combatirá con flechas!».
Es precisamente este aspecto de enorme y generalizada destrucción lo que orienta y empuja a los gobernantes de los pueblos a toda una labor de actividad diplomática, de actitudes de buena voluntad, de gestos de tolerancia a veces imprevisibles. En la oscura y cruelísima amenaza no queda más que la consoladora certeza de la verdad religiosa. Si la próxima guerra no fuera tan destructiva, hace mucho tiempo habría estallado.
Dios no puede permitir un tal castigo si la humanidad no lo merece. Y es precisamente en esta verdad simple y a la vez paradójica en la que hay que considerar la vida de ayer, de hoy y de mañana: la persistente destrucción de los valores fundamentales humanos y morales, sociales y religiosos, que venimos experimentando desde hace años en las consecuencias de un impresionante crecimiento de la delincuencia y de inseguridad en todos los aspectos de la vida, ¿no es también una preparación para merecer este terrible castigo?
Y si aún no se ha dado, esto significa que la humanidad todavía no lo merece, considerada también y especialmente la naturaleza de un Dios, que además de ser infinitamente justo es también infinita y predominantemente misericordioso al tratar y juzgar al hombre en esta vida terrena.
Recientemente hemos tenido un contagio benéfico en un Papa, que rápidamente había hecho renacer en la humanidad entera un rayo de esperanza por tiempos finalmente mejores. Pero el don solo duró 33 días. Quería que el Señor hacer ver y de manera tocante que no obstante todo sirve para bien y que siempre usa a los humildes para confundir a los sabios; él todavía quería que le mostraran a los gobernantes de los pueblos y simpatizantes y alimentadores de crisis cuán sensible es la humanidad y deseosa de bondad, verdad, tranquilidad y paz: fue una clara prueba de ellos el entusiasmo e interés con el que el pueblo acogió la elección de Juan Pablo I, y siguieron los pocos días de pontificado y sobre todo el testimonio de solidaridad y fe que le dio a su muerte también con las interminables esperas para ver, aunque sea de pasada, sus venerables restos.
No en vano este breve paso, de una figura que con su bondad, su simplicidad, su sonrisa había devuelto la esperanza y el optimismo en la vida. Veámoslo como un signo luminoso que atraviesa la opacidad de este mundo para iluminarlo y hacerle comprender la urgencia de abandonar los proyectos de guerra, de destrucción, de muerte y de volver más bien a la sonrisa y a la comprensión entre los pueblos.
CORRADO BALDUCCI