Este es un artículo aparecido en La Repubblica, Oct-18-2020. Traducción de Secretum Meum Mihi.
Celibato y mujeres sacerdotes, temor en el Vaticano por el cisma alemán
Por Claudio Tito
El último enfrentamiento se produjo por la reciente encíclica del Papa, “Fratelli Tutti”. Un título que ha agitado a algunos de los obispos del norte de Europa, en particular a los alemanes y suizos. ¿Por qué? Porque a pesar de que el Pontífice se refirió a San Francisco de Asís, lamentaron la ausencia de un estándar lingüístico. Faltaba la referencia a las “hermanas”. Esto, sin embargo, es solo un episodio, la punta de un iceberg mucho más profundo. Una división que agita las Conferencias Episcopales Europeas y que encuentra su punto de apoyo en Alemania. Donde acusan a Bergoglio de frenar la “reforma” de la Iglesia. Y donde, después de siglos, reaparece una palabra que históricamente ha representado el mayor tabú de la comunidad cristiana: cisma. Así, tras el riesgo de una “escisión” del frente más conservador, ahora se materializa el espectro de una separación del progresista. Entonces, un cisma a la izquierda. Que pronto podría concretarse con un documento que los obispos alemanes están redactando al concluir el sínodo “nacional” que se reunió hace un mes con una segunda Asamblea.
La alarma en el Vaticano se ha disparado hace unos meses. Pero en los últimos días ha comenzado a resonar con una potencia sin precedentes. El propio Francisco no ocultó su preocupación que recalca la carta enviada en junio de 2019 a la Conferencia Episcopal Alemana: la Iglesia no puede dejar de tener “el Evangelio como alma”.
Por tanto, el epicentro del potencial terremoto es Alemania. Y el líder de la protesta es el ex presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Reinhard Marx. Quien quiso y convocó el camino sinodal precisamente con el objetivo de imprimir una reforma decisiva a la estructura eclesiástica. Si bien es evidente para todos que los campos de batalla reales y concretos son esencialmente dos: el celibato sacerdotal y el sacerdocio femenino. Que después pueden declinarse y matizarse en las formas del diaconado o en la indicación de laicos a la cabeza de estructuras distintas del ministerio consagrado. Queda el hecho de que en la asamblea sinodal de septiembre (que se llevó a cabo en varias ciudades para dar cumplimiento a las medidas anti-covid y que estuvo compuesta por laicos en la mitad) las dos cuestiones se trataron en todo caso en dos comisiones temáticas: “La mujer en los servicios y ministerios de la Iglesia” y “Vivir en relaciones exitosas”. Dos terrenos capaces de desmoronar todas las plataformas comunes y provocar un verdadero bradisísmo en cuanto el documento alemán llegue al Vaticano. Como advirtió el cardenal de Colonia, Rainer Maria Woelki, en oposición a Marx, “el peor resultado sería si el camino sinodal condujera a un cisma”. Hipótesis que ya no parece solo teórica. Ni siquiera en las silenciosas estancias de la Santa Sede en los últimos días trastornados por escándalos financieros.
También porque la escisión alemana no solo tiene raíces teológicas. Muchos en el Vaticano señalan cómo la “riqueza” de las iglesias del norte está transformando su horizonte, sus objetivos y sobre todo sus percepciones. Y también podría tener fines georreligiosos. Es decir, abrir un eje preferencial con los protestantes con la perspectiva de limitar la acción del diálogo en Occidente y limitar la dirigida a Oriente, comenzando por los ortodoxos. No en vano, en las reflexiones que se están haciendo en Roma, las principales cuestiones se centran precisamente en la relación entre los obispos alemanes “progresistas” y los luteranos. La única forma de supervivencia, en caso de cisma, solo podría madurar en una especie de alianza con los protestantes. Lo que idealmente provocaría una especie de reunificación religiosa alemana después de la política de hace treinta años.
El Papa, incluso cuando llegue el documento alemán, no hará nada para exasperar o avivar las divisiones. Ni condenas ni ratificaciones, recordando, en todo caso, que algunos de los principales problemas ya fueron resueltos por San Juan Pablo II. Probablemente se esperarán posteriores profundizaciones y se intentarán nuevos contactos. Los obispos de Alemania decidirán entonces qué hacer. El Papa, en esta fase de su papado, se compromete a cerrar los trabajos sobre la reforma de la Curia, de la reorganización de las diócesis y de la reorganización de las órdenes religiosas. Ciertamente no busca el horizonte de un rompimiento tan doloroso. También porque la acción del episcopado alemán ha vuelto a poner en movimiento el frente “conservador” que en los últimos años había criticado duramente al Pontífice y considera el juicio sobre el sínodo de Marx como una especie de prueba para evaluar una exacerbación de los relieves de Bergoglio. Finalmente, destaca otro peligro. Que al interior de los muros de San Pedro se juzga aún más inminente: el de desencadenar una dinámica dirigida a crear una serie de “iglesias nacionales”. Un fenómeno que rompería para siempre la unidad de los católicos.