Sunday, September 27, 2020

“El Enigma Bergoglio”. Introducción del autor

Como notamos que una reciente entrada, en la que tradujimos una reseña de agencia ANSA sobre el libro “El Enigma Bergoglio” de Massimo Franco, tuvo visitas por encima del promedio, hemos inferido que existe un cierto interés en él y hemos traducido la introducción que el propio autor hace en su libro (recuerden que traducciones perfectas no existen).



Introducción

Definir a Francisco como un Papa enigmático puede parecer paradójico, si no risible. Desde el día de su elección, el13 de marzo de 2013, no era “un” sino “el” personaje público del mundo católico por antonomasia. Su imagen bendiciente, los gestos misericordiosos, el impacto sobre las multitudes que adoran se han convertido en un hecho, tan arraigado que excluye declinaciones diferentes. La proximidad a los la gente pobre lo ha elevado a símbolo de una nueva era. Y el origen sudamericano y argentino, la pertenencia a la Compañía de Jesús, y el hecho de haber sucedido al primer Papa que hizo renuncia después de casi seiscientos años, Benedicto XVI, contribuyeron a la construcción de la narrativa sobre su diversidad. La vulgata de su popularidad es algo que ahonda sus raíces en la percepción de gran parte de la opinión pública: sea aquella popular, sea la minoritaria de algunas élites, católicas y no católicas. Sobre estos antecedentes, los duros ataques, a veces insultantes, las acusaciones de herejía, las solicitudes inadmisibles de renuncia, venidos de los sectores ultraconservadores del mundo eclesiástico, solo han rayado parcialmente un perfil benigno, del nuevo “papa bueno”.

De hecho, paradójicamente, esta grosera ofensiva lo ha reforzado. Pero tal vez se pueda intentar analizar de modo menos descontado el paradigma que ha surgido en los últimos años. La misma intuición inicial, y genial sobre el plano simbólico, de transferir el centro neurálgico de las decisiones de los Palacios apostólico al hotel Casa Santa Marta, dentro de los muros vaticanos, hoy se observa con ojos más desencantados. Ha contribuido a definir una silueta “revolucionaria”. Y, como consecuencia, cualquier crítica a Francisco y a su acción fue rechazada como un acto de sabotaje; de un intento de volver al pasado. El apartamento ocupado por el exsecretario de Estado, el discutido cardenal Tarcisio Bertone, justo en el palacio junto al edificio de mármol blanco de Casa Santa Marta, permanece como una advertencia sobre lo que era el Vaticano y ya no debe serlo, con Francisco como garante supremo.

Pero después de más de siete años de pontificado, no se puede no creer si la dicotomía entre Francisco y la Curia permanece un axioma; y si el esquema del “papa rodeado” no debe ser remodelado y actualizado. Desde 2013 hasta 2020 Jorge Mario Bergoglio ha hecho y deshecho las conferencias episcopales, los organismos financieros de la Santa Sede, los vértices curiales. Ha nombrado nuevos cardenales en seis consistorios. Ha elegido y hecho renunciar obispos y banqueros, jefes de la Gendarmería y simples funcionarios. Se ha rodeado de los colaboradores y colaboradoras que prefería. La lluvia de reformas y comisiones nacidas y desvanecidas en sus siete años sugiere, por tanto, observar con mayor atención la epopeya del pontificado argentino. Se trata de hacer las cuentas con una temporada triunfal y al tiempo controvertida; con un papado nacido en el signo de la renovación y de la transparencia, pero transformándose progresivamente en una mezcla de lo viejo y lo nuevo: tal vez debido al énfasis excesivo y a las expectativas abrumadoras que se manifestaron con la llegada de Francisco.

Ahora es posible afirmar que si el papado ha triunfado es sobre todo por sus méritos. Y si se encuentra en problemas ó está declinando también se debe a sus límites, aunque la epidemia del coronavirus de alguna manera ha suspendido la parábola del pontificado, relanzando la presencia de Francisco a los medios de comunicación. Hasta cierto punto, ha puesto en cuarentena la guerra sorda en curso en la Iglesia, acentuando su perfil y devolviéndole el carisma a través de la soledad. Pero el impacto y la atención menores que los gestos y las palabras papales registrados en los últimos años nos obligan a ir más lejos: a preguntarnos si las dificultades del primer papado americano no señalan esa institución y unidad de la Iglesia católica; si nos llevan a releer tanto el tiempo de Francisco como las anteriores como etapas sólo aparentemente en las antípodas de una deconstrucción de la figura papal. Conducen a reflexionar sobre el lado misterioso, poco sondeado por conformismo, por exceso de deferencia, o simplemente por pereza mental, de un hombre carismático y al mismo tiempo multifacético hasta el punto de ser esquivo como Francisco.

Afloran contradicciones, estrías y verdaderos enigmas que insertan algunas incógnitas en la epopeya bergogliana. Para intentar comprender mejor lo que ha sucedido en estos años, y lo que todavía puede suceder, he tenido docenas de conversaciones informales con tantos cardenales, obispos, monseñores, banqueros, servicios de seguridad, diplomáticos, estudiosos, italianos y no italianos, que todavía giran en torno al universo vaticano, incluso en primeras posiciones. Ha habido la feliz y rara oportunidad de poder encontrarnos junto con el director de «Corriere della Sera», Luciano Fontana, sea con Francisco o su predecesor, Benedicto XVI; viendo documentos confidenciales. Muchos interlocutores han preferido expresar juicios y valoraciones al amparo de un anonimato que, además de encomiable discreción, refleja miedo y frustración, y responde a la necesidad de proteger fuentes preciosas como expuestas.

No siempre está claro hasta qué punto Francisco sea el adversario, el rehén o el aliado obligado de ese poder anónimo y en expansión denominado simplistamente como «Curia». Quizás porque en realidad la Curia hoy también es Casa Santa Marta, inevitablemente transformada en corte pontificia paralela a la oficial. De hecho, más poderosa y penetrante, con roles y figuras que de hecho se han unido y superpuesto a las instituciones vaticanas. Elegir ese hotel construido por Juan Pablo II para albergar a los cardenales durante los Cónclaves fue al principio una innovación saludable, con miras a liquidar viejos equilibrios e incrustaciones. Pero los mecanismos de toma de decisiones resultaron igualmente confusos y opacos. Nos preguntamos cada vez más a menudo quién aconseja realmente al Papa, quién lo influye, quién le hace sugerencias. El chiste feroz que circula desde hace tiempo en el Vaticano entre sus detractores casi siempre anónimos es que «Francisco abolió la corte pontificia para reemplazarla por el patio de Casa Santa Marta»: un puerto marítimo poblado de una fauna humana variopinta en todos los sentidos. La teoría sugestiva de la Iglesia como un «hospital de campaña» arriesga ahora a cristalizarse como una realidad permanente, y a la final puede convertirse en una coartada para justificar retrasos, arbitrariedades y caos. Y para legitimar los métodos de gobierno bergoglianos: un aspecto que espesa el misterio en torno al pontífice.

Francisco ha renunciado a algunos símbolos del papado, comenzando por el vehículo blindado hasta el título de «Vicario deCristo», degradado a un «título histórico». Ha hecho de la frugalidad una de las identidades del pontificado. Y su accesibilidad a la «gente común», el respeto por los inmigrantes y las «periferias existenciales», la decisión privilegiada hacia los pobres enfatizan instituciones modernas. El papá entendió y trató de hacer entender a la gente antes que a muchos jefes de gobierno que si las periferias no se integran y se gobernadas tienden a devorar interiormente a la sociedad, comenzando con las occidentales y, con las sociedades, los derechos y la democracia. Pero más allá de la denuncia, el trámite está como si estuviera bloqueado y finalmente marchito. Bergoglio se ha revelado magistralmente en el deconstruir una Iglesia ya en crisis, probablemente menos hábil para construir otra. Está en el plano del poder, de los adversarios, pero también de los amigos, se le relata con un rostro privado que contrasta con el público. En estos años la larga teoría de «laica» y eclesiásticos promovidos y luego repentinamente degradados y despedidos testifica de un gobierno del Vaticano hecho de filtraciones y una selección de la clase dirigente confiada a criterios de tratos misteriosos.

Pero respecto al inicio del pontificado, la novedad es que desde2017 ya no fueron solo las figuras más discutidas las sacrificadas de la antigua «Roma papal». También lo fueron los reformistas que Francisco había colocado en posiciones neurálgicas, sobre todo para devolver el oxígeno a las turbias finanzas vaticanas: como si se hubiera visto obligado a revisar los esquemas revelados como demasiado radicales para funcionar. Es innegable que incluso en el pasado ha sido así, si no peor. Basta alinear los escándalos de la última fase del pontificado de Joseph Ratzinger, dominado y comprometido por su secretario de Estado, el controvertido Bertone; o el largo vacío de poder que acompañó la enfermedad de Juan Pablo II, en la última década del siglo pasado y a principios del tercer milenio. En esos años se agravaron y sedimentaron distorsiones que Francisco intentó e intenta tenazmente enderezar. Infortunadamente es sorprendente observar que el papado franciscano no parece haber cambiado ciertos comportamientos, aunque el nombramiento como presidente del Tribunal Vaticano de un magistrado respetado como Giuseppe Pignatone, exjefe de la Fiscalía de Roma, señala al menos la voluntad de corregir.

Hasta 2020, detrás de las mejores intenciones de transparencia y de lucha contra la corrupción, especulaciones financieras temerarias han seguido adelante en continuidad con el pasado. Y si los misterios se han acabado: eso todo latinoamericano del continuo aplazamiento de una visita a su Argentina, a pesar de haber recorrido el continente austral a lo largo y a lo ancho, lo del «acuerdo temporal» entre la Santa Sede y la República Popular China del cual no se conoce el contenido, por voluntad de Beijing, aceptado por el Vaticano. Sobre este fondo de claroscuro flota una popularidad papal aparentemente impermeable a todo. Pero ensalzar el éxito de Francisco, contrastando «papa y pueblo» al Vaticano y a las jerarquías religiosas, tiene efectos simétrico, aunque opuesto. A alguien le evoca una especie de «peronismo religioso» que deslegitima al ejército eclesiástico en la relación directa entre el pontífice y la masa de fieles. Y tiene como consecuencia que toda crítica a Francisco, inclusa las constructivas, sea vista como un complot.

Ciertamente, ese «Vaticano profundo» que Bergoglio ha intentado golpear al inicio parece haber sido subestimado. Sin embargo, debilitado y reducido a un grumo de poder, condiciona el pontificado y revela sus puntos débiles: en particularmente la persistencia de tensiones profundas. A los acusadores de oficio se ponen juntos, en lugar de oponerse, los defensores de oficio inclinados a retratar a un Francisco aislado y rodeado. La ligereza con la cual se evoca de tanto en tanto el peligro de un cisma es también el producto de esta radicalización de posiciones. Y representa un presagio de divisiones, si no de rupturas, de los cuales los exponentes más lúcidos de los vértices vaticano se están dando cuenta agudamente. Después de unos pirotécnico siete años, se percibe una confusión de competencias, de roles, de responsabilidad. Se alarga sobre el papado una sombra de no completitud ciertamente no atribuible solamente a él. «Este pontificado» me ha confiado un amigo de Bergoglio «parece haberlo dicho todo ya». Se trata un juicio liquidatorio y quizás exagerado, que la crisis epocal del coronavirus contradice, al menos temporalmente. Pero si así fuera, al fin el contragolpe podría resultar tan negativo como y más que la dimisión de Benedicto XVI: cómo ocurre a menudo cuando las esperanzas tienen que lidiar con la desagradable impresión de haber dejado escapar una ocasión histórica. Especialmente si el descubrimiento ocurre de golpe, con la explosión de una burbuja autorreferencial que en estos años ha envuelto al papado en la ilusión de que todo andaba bien, y que las críticas eran simplemente fastidiosas, malévolos ruidos del fondo.

Ocupadísimo. Card. Zen viaja a Roma con el propósito de hablar con Francisco, pero este no tuvo tiempo para él


En nuestra entrada inmediatamente anterior referimos cómo la audiencia agendada previamente de Francisco con el Secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, a realizarse el próximo Martes, había sido candelada por el Vaticano con la disculpa de que podría verse como una participación de Francisco en la actual campaña presidencial en EEUU. Ahora traemos el caso del Card. Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, quien obtuvo un permiso de 120 horas para viajar a Roma con el propósito de ser recibido, si era posible, por Francisco. Pues no, no fue posible, y tuvo que devolverse a Hong Kong sin haber sido recibido por Francisco. Y repetimos nuestra percepción particular, Francisco hace todo lo que está en su mano para complacer al gobierno chino, ¡hasta evitar hablar con uno de sus cardenales, no sea que en China lo vean con malos ojos!

El periodista Aldo Maria Valli tuvo la oportunidad de encontrarse con el Card. Zen en la Mañana del Domingo y así lo refiere en su blog (nuestra traducción):

Cardenal Zen en Roma. “Le pedí audiencia a Francisco, pero de Santa Marta ni una señal”

por Aldo Maria Valli


“¡Que desastre!” El cardenal niega con la cabeza y alza los ojos al cielo, como diciendo: “Señor, ¿por qué permites todo esto?”. Pero no está triste ni desanimado. De hecho, es más combativo que nunca.

El cardenal Zen, que cumplió ochenta y ocho en enero pasado, siempre tiene el mismo aire juvenil. La audición está disminuyendo y las piernas ya no funcionan tan bien, pero el brío sigue siendo el mismo de siempre.

Nos vimos en Roma, en las últimas horas de su corta estancia (ciento veinte horas, tantas como le han permitido las autoridades de Hong Kong), motivado por el deseo de encontrarse con el Papa. Pero desde Santa Marta, para el anciano cardenal, ni una señal, ni siquiera un saludo. Entonces Zen entregó una carta a uno de los secretarios privados de Francisco, en la que trata la cuestión del nuevo obispo de Hong Kong. “Desde hace más de año y medio —dice— hemos estado sin obispo. Estaba la idea de nombrar al auxiliar, Monseñor Joseph Ha. Ahora, sin embargo, está subiendo la cotización de monseñor Peter Choy, uno de los cuatro vicarios, demasiado cercano a Pekín. En la carta, advierto al Papa: nombrar a Choy será un desastre. Me quedé el tiempo permitido, pero de Santa Marta ni una señal”.

Muy lúcido, el cardenal Zen también menciona el acuerdo, aún secreto y expirado hace unos días, entre Pekín y la Santa Sede. “Es inconcebible —dice— que haya permanecido en secreto incluso para quienes tratan de cerca estos problemas. No se puede proceder de esta manera”. “Sin embargo, en Pekín —agrega— no todos quieren la ratificación. Hay un componente del Partido que no quiere acuerdos: son los más duros, aquellos según los cuales la Iglesia simplemente debe ser controlada y, si es necesario, aplastada, sin acuerdos de ningún tipo. Xi Jinping tiene mucho poder pero también muchos enemigos internos: allí la guerra de bandos no acaba nunca”.

“Pensar en hacer tratos con Pekín es una locura. No se hace acuerdo con el diablo. ¡Al diablo se le combate y ya! La Iglesia no recibe órdenes de gobiernos, y esto vale donde sea”.

Ingenioso, brillante, sincero, el cardenal Zen habla con libertad y competencia. Un honor haber podido encontrarme con él una vez más. Defensor indomable de la fe y de la Iglesia. Esta mañana ya ha regresado a Hong Kong.

Ahora, atención. Marco Tosatti en su blog hace un recuento sumario del encuentro del Card. Zen con un colega suyo periodista, pero no está claro si se trata del encuentro arriba referido por Valli o se trata de otro encuentro diferente con otro periodista. En este resúmen aparecen unos pequeños detalles que no están en lo referido arriba por Valli. Nuestra traducción de la parte fundamental.

- Vine por una cosa para Hong Kong. A hablar por la causa de nuestro futuro obispo.

- Durante más de año y medio hemos estado sin obispo en Hong Kong. Al principio surgió la buena idea de hacer obispo al auxiliar, que quedó cuando murió el obispo; un franciscano amable, pero también valiente: Mons. Joseph Ha Chi-shing. Ha criticado al gobierno cortésmente, sin gritar.

- Se habló de este obispo auxiliar como sucesor. Ahora, en cambio, dicen que necesitamos a alguien que tenga la bendición de Pekín, traen a un sacerdote, Peter Choi. Muchos de nosotros no lo vemos bien. La comunidad se dividió.

- En un cierto momento entendieron que no era una opción conveniente y dijeron: busquemos una tercera persona. En estos días veo, sospecho que el otro grupo está tratando de poner de nuevo en curso al segundo nombre nuevamente, es decir, Peter Choi.

- Vine con una carta para el Santo Padre, para decirle que si es así será un desastre para la Iglesia en Hong Kong, un desastre por décadas. Le dije que estaría aquí de tres a cuatro días, si quiere llamarme ... pero no me han llamado. Entregué la carta que había escrito para el Papa al secretario personal, Gonzalo Aemilius.

Entiendo, estará muy ocupado...

Esperé cuatro días para que me llamaran, pero no me llamaron.

Así que me regreso.

Será horrible si lo hacen con Peter Choi.

Ridículo que se prefiera solo porque le place a Pekín. Pekín es un tirano.

Francisco no recibirá a Mike Pompeo, por motivo —alegado— de no interferir en campaña presidencial en EEUU


Hasta hace muy poco, poquísimo, se daba por descontado, y así se publicaba en los medios de comunicación, que el próximo Martes Francisco concedería una audiencia al Secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo. Ello sin rectificación ni desmentido del Vaticano. ¡Sorpresa!, el Vaticano ha avisado que ya no, que la audiencia no se va a dar porque, eso argumentan, no conviene en medio de la campaña presidencial en EEUU. Pero lo que viene a la cabeza es otra cosa, Francisco hace todo lo que está en su mano para complacer al gobierno chino y como Pompeo publicó la semana pasada un ensayo en el que clareamente criticaba la política complaciente que muestra el Vaticano con China, es imposible no relacionar la cancelación de la audiencia con el contenido del ensayo de Pompeo.

Este es un despacho de agencia EFE, Sep-27-2020.

Ciudad del Vaticano, 27 sep (EFE).- El papa Francisco no recibirá la próxima semana al secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, que está de visita a Italia, ya que sería un gesto que podría interferir en la campaña electoral pero que coincide con las críticas estadounidenses al acercamiento de la Santa Sede a China.

Francisco, que ya recibió a Pompeo en octubre del año pasado, no recibe a personalidades políticas durante las campañas políticas, para evitar cualquier tipo de instrumentalización ante las próximas elecciones en Estados Unidos entre el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden.

Sin embargo, Biden sí que se reunirá con el secretario de Estado y número 2 vaticano, Pietro Parolin y al secretario para las relaciones con los Estados, Paul Gallagher.

En su visita a Italia el 29 y 30 de septiembre Pompeo intervendrá en la Embajada de los Estados Unidos en el simposio organizado por la Santa Sede sobre el avance y la defensa de la libertad religiosa a través de la diplomacia, previsto para el 30 de septiembre.

En la Secretaria de Estado sí que se discutirá de una de las cuestiones más espinosas que han suscitado un alejamiento en las relaciones entre Estados Unidos y el Vaticano: el acercamiento de la Santa Sede y China.

Hace algunos días, el secretario de Estado norteamericano utilizó un artículo en la revista "First Things" para invitar urgentemente al papa a no renovar el acuerdo con Pekín que ha regido las relaciones en los dos últimos años, con especial referencia al nombramiento de obispos.

La elección de esta revista no fue casual, porque es una publicación con una fuerte presencia de información religiosa. Su fundador, Richard John Neuhaus, fue un pastor luterano que luego se convirtió al catolicismo y poco después fue ordenado sacerdote por Juan Pablo II y también fue asesor de George W. Bush y tiene posturas muy críticas con este pontificado.

El artículo fue publicado en vísperas del vencimiento del acuerdo y ahora el Vaticano y China tienen un mes para realizar una renovación de dos años, pero la Santa Sede no tendrá problemas para renovarlo.

En el artículo, Pompeo cuestiona el acuerdo y dice por qué, en su opinión, la Santa Sede debería renunciar a él ya que pondría en peligro su autoridad moral si lo renovara. Una interferencia que no ha gustado en el Vaticano, según algunos medios.

El cardenal secretario de Estado declaró hace unos días que las intenciones comunes eran de continuar con su renovación.

El acuerdo pone las reglas para la ordenación de los obispos, pero es un primer paso para entablar un diálogo directo con China y para establecer unas futuras relaciones diplomáticas con China, que se interrumpieron en 1951.

En la agenda de Pompeo en Roma, está previsto una reunión con el primer ministro, Giuseppe Conte y el ministro de Exteriores, Luigi Di Maio, "para discutir la relación bilateral entre Estados Unidos e Italia, las respuestas COVID-19 y nuestros esfuerzos para enfrentar las amenazas de seguridad compartidas y promover la estabilidad regional", se lee en un comunicado oficial.