Congregación para el Culto Divino en ayuda de los fieles: “Se reconozca a los fieles el derecho a recibir el Cuerpo de Cristo y de adorar al Señor presente en la Eucaristía en los modos previstos”
Una carta, suponemos circular, de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, Prot. 432/20, firmada por el prefecto, card. Robert Sarah, titulada “¡Volvemos con Alegría a la Eucaristía!”, dirigida a “los Presidentes de las Conferencias Episcopales de la Iglesia Católica”, cuyo asunto es “sobre la celebración de la liturgia durante y después de la pandemia del COVID 19”, de fecha Ago-15-2020 y aprobada por “El Sumo Pontífice Francisco, en la Audiencia concedida el 3 de septiembre de 2020” al cardenal Robert Sarah, Prefecto de dicha congregación, ha venido en ayuda de las ovejas contra el clericalismo de los episcopados que han impuesto, de su propia cosecha y sin tener potestad, la recepción de la Sagrada Comunión en la mano. En pandemia o después de ella, solamente puede distribuirse la Sagrada Comunión “en los modos previstos”. ¿Captas eso, clericalista obispo?, “previsto” quiere decir que no hay emergencia sanitaria ni pandemia que te de autoridad sobre algo en lo cuál no la tienes. Punto. Puedes “dar normativas provisorias” sin ignorar lo “previsto”. Y lo “previsto” es que no se le puede negar a ningún fiel su derecho de recibir la Sagrada Comunión en la boca.
Dicha audiencia al Card. Sarah es a la que nos referimos el día que se produjo, y teorizabamos que una de las posibilidades era esta, la de salir en defensa de las ovejas arrinconadas por sus propios pastores.
Yendo a lo concreto, citamos textualmente la carta en el aparte pertinente (resaltados añadidos).
Las normas litúrgicas no son materia sobre la cual puedan legislar las autoridades civiles, sino solo las competentes autoridades eclesiásticas (cf. Sacrosanctum Concilium, 22).
Se facilite la participación de los fieles en las celebraciones, pero sin improvisados experimentos rituales y con total respeto de las normas, contenidas en los libros litúrgicos, que regulan su desarrollo. En la liturgia, experiencia de sacralidad, de santidad y de belleza que transfigura, se pregusta la armonía de la bienaventuranza eterna: se tenga cuidado, pues, de la dignidad de los lugares, de las objetos sagrados, de las modalidades celebrativas, según la autorizada indicación del Concilio Vaticano II: «Los ritos deben resplandecer con noble sencillez» (Sacrosanctum Concilium, 34).
Se reconozca a los fieles el derecho a recibir el Cuerpo de Cristo y de adorar al Señor presente en la Eucaristía en los modos previstos, sin limitaciones que vayan más allá de lo previsto por las normas higiénicas emanadas por parte de las autoridades públicas o de los Obispos.
En la celebración eucarística, los fieles adoran a Jesús Resucitado presente; y vemos que fácilmente se pierde el sentido de la adoración, la oración de adoración. Pedimos a los Pastores que, en sus catequesis, insistan sobre la necesidad de la adoración.
Un principio seguro para no equivocarse es la obediencia. Obediencia a las normas de la Iglesia, obediencia a los Obispos. En tiempos de dificultad (pensamos, por ejemplo, en las guerras, las pandemias) los Obispos y las Conferencias Episcopales pueden dar normativas provisorias a las que se debe obedecer. La obediencia custodia el tesoro confiado a la Iglesia. Estas medidas dictadas por los Obispos y por las Conferencias Episcopales finalizan cuando la situación vuelve a la normalidad.
La Iglesia continuará protegiendo la persona humana en su totalidad. Ésta testimonia la esperanza, invita a confiar en Dios, recuerda que la existencia terrena es importante, pero mucho más importante es la vida eterna: nuestra meta es compartir la misma vida con Dios para la eternidad. Ésta es la fe de la Iglesia, testimoniada a lo largo de los siglos por legiones de mártires y de santos, un anuncio positivo que libera de reduccionismos unidimensionales, de ideologías: a la preocupación debida por la salud pública, la Iglesia une el anuncio y el acompañamiento por la salvación eterna de las almas. Continuamos, pues, confiándonos a la misericordia de Dios, invocando la intercesión de la bienaventurada Virgen María, salus infirmarum et auxilium christianorum, por todos aquellos que son probados duramente por la pandemia y por cualquier otra aflicción, perseveremos en la oración por aquellos que han dejado esta vida y, al mismo tiempo, renovemos el propósito de ser testigos del Resucitado y anunciadores de una esperanza cierta, que trasciende los límites de este mundo.