Era cuestión de horas para que apareciera completa la carta de 152 obispos brasileños contra Jair Bolsonaro (fuente: TV Globo), de la cual dimos cuenta en la entrada inmediatamente anterior. La carta es de unos obispos, pero igual podría haber sido escrita por el Foro de São Paulo. Nótese la fraseología liberacionista utilizada, por no decir marxista.
Traducción de Secretum Meum Mihi.
«Somos obispos de la Iglesia católica, desde diversas regiones de Brasil, en profunda comunión con el Papa Francisco y su Magisterio y en plena comunión con la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, que en el ejercicio de su misión evangelizadora, siempre se coloca en la defensa de la pequeños, de la justicia y de la paz. Escribimos esta Carta al Pueblo de Dios, interpelados por el gravedad del momento en que vivimos, sensible al Evangelio y a la Doctrina Social de la Iglesia, como un servicio a todos los que desean ver superada esta fase de tantas incertidumbres y tanto sufrimiento de pueblo.
Evangelizar es la misión propia de la Iglesia, heredada de Jesús. Ella es consciente de que “evangelizar es hacer el Reino de Dios presente en el mundo” (Alegría del Evangelio, 176).Tenemos claridad que “la propuesta del Evangelio no consiste solamente en una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor no debe ser entendida como una mera suma de pequeños gestos personales a favor de algunos individuos en necesidad [...], una serie de acciones destinadas sólo para tranquilizar la propia conciencia. La propuesta es el Reino de Dios [...] (Lc 4,43 y Mt 6,33)” ( Alegría del Evangelio, 180). Nace de allí la comprensión de que el Reino de Dios es don, compromiso y meta.
Es en este horizonte que nos posicionamos en relación con la realidad actual de Brasil. No tenemos intereses político-partidario, económicos, ideológicos ni de ninguna otra naturaleza. Nuestro único interés es el Reino de Dios, presente en nuestra historia, en la medida en la que avanzamos en la construcción de una sociedad estructuralmente justa, fraterna y solidaria, como una civilización del amor.
Brasil atraviesa uno de los períodos más difíciles de su historia, comparable con una “tormenta perfecta” que, dolorosamente, debe atravesarse. La causa de esta tormenta es la combinación de una crisis de salud sin precedentes, con un avasallador colapso de la economía y con la tensión que se abate sobre los cimientos de la República, provocada en gran parte por el Presidente de la República y otros sectores de la sociedad, resultando en un profunda crisis política y de gobernanza.
Este escenario de peligrosos impasses, que ponen a prueba nuestro país, exige de sus instituciones, líderes y organizaciones civiles mucho más diálogo que de discursos ideológicos cerrados. Estamos convocados a presentar propuestas y pactos objetivos, con miras a superar los grandes desafíos, en favor de la vida, principalmente de los segmentos más vulnerables y excluidos, en esta sociedad estructuralmente desigual, injusta y violenta. Esa realidad no comporta indiferencia.
Es deber de quien se coloca en defensa de la vida posicionarse, claramente, en relación con este escenario. Las opciones políticas que nos trajeron hasta aquí y la narrativa que propone la complacencia frente a los desmanes del Gobierno Federal, no justifican la inercia y la omisión en el combate de los males que se abatieron sobre el pueblo brasileño. Enfermedades que recaen también sobre la Casa Común, amenazada constantemente por la acción inescrupulosa de madereros , extractivistas, mineros ,latifundistas y otros defensores de un desarrollo que desprecia los derechos humanos y de la madre tierra. “No podemos pretender estar saludables en un mundo enfermo. Las heridas causadas a nuestra madre tierra también sangran hacia nosotros” (Francisco, Carta al Presidente de Colombia con ocasión del Día Mundial del Medio Ambiente, 05/06/2020).
Todos, personas e instituciones, seremos juzgados por las acciones u omisiones en este muy serio y desafiante momento. Asistimos, de manera sistemática, a discursos anticientíficos que intentan naturalizar o normalizar el flagelo de miles de muertes por la COVID-19, tratándolo como el resultado de la casualidad o de un castigo divino, el caos socioeconómico que se avecina, con el desempleo y la carestía que se proyectan para los próximos meses y los asentamientos políticos que apuntan a mantener el poder a cualquier precio. Este discurso no está basado en los principios de ética y moral, tampoco soporta ser confrontado con la Tradición y la Doctrina Social de la Iglesia, en el seguimiento de Aquel que vino “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Analizando el escenario político, sin pasiones, percibimos claramente la incapacidad y la inhabilidad del Gobierno Federal para enfrentar estas crisis. Las reformas laboral y de la seguridad social, tomadas como para mejorar la vida de los más pobres, han demostrado ser ellas mismas como trampas que precarizarán aún más la vida del pueblo. Es cierto que Brasil necesita medidas y reformas serias, pero no como las que se hicieron, cuyos resultados empeoraron la vida de los pobres, desprotegieron a los vulnerables , liberaron el uso de pesticidas previamente prohibidos, flexibilizaron el control de la deforestación y, por lo tanto, no favorecieron el bien común y la paz social. Es insustentable una economía que insiste en el neoliberalismo, que privilegia el monopolio de pequeños grupos poderosos en detrimento de la gran mayoría de la población.
El sistema actual de gobierno no coloca a la persona humana y el bien de todos en el centro, sino la defensa intransigente de los intereses de una “economía que mata” ( Alegría del Evangelio, 53), centrada en el mercado y el lucro a cualquier precio. Convivimos, entonces, con la incapacidad e incompetencia del Gobierno Federal, para coordinar sus acciones, agravadas por el hecho de que él se pone en contra de la ciencia, contra estados y municipios, contra los poderes de la República; por aproximarse al totalitarismo y utilizar expedientes reprensibles, como el apoyo y el estímulo de los actos contra la democracia, laflexibilización de las leyes de tránsito y el uso de armas de fuego por parte de la población , y las leyes de tránsito y el recurso a la práctica de sospechosas acciones de comunicación, como las noticias falsas, que movilizan a una masa de seguidores radicales.
El desprecio por la educación la cultura, la salud y la diplomacia también nos aterra. Este desprecio es visible en las demostraciones de rabia hacia la educación pública; en el apelo a las ideas oscurantistas; la elección de la educación como enemiga; en sucesivos y groseros errores en la elección de ministros de educación y de medio ambiente y del secretario de cultura; en el desconocimiento y desprecio de los procesos pedagógicos y pensadores importantes en Brasil; en la repugnancia por la conciencia crítica y por la libertad de pensamiento y de prensa; la descalificación de las relaciones diplomáticas con varios países; la indiferencia por el hecho de que Brasil ocupa uno de los primeros lugares en número de infectados y muertos por la pandemia sin, siquiera, tener un ministro titular en el Ministerio de Salud; en tensión innecesaria con las otras entidades de la República para coordinar la confrontación de la pandemia; la falta de sensibilidad para con las familias de los muertos por el nuevo coronavirus y por los profesionales de la salud, que están adoleciendo en los esfuerzos para salvar vidas.
En el plano económico, el ministro de economía desdeña a los pequeños empresarios, responsables de la mayoría de los empleos en el País, privilegiando apenas a los grandes grupos económicos, concentradores de ingresos y a los grupos financieros que nada producen. La recesión que nos persigue puede hacer que el número de desempleados supere los 20 millones de brasileños. Hay una discontinuidad brutal en la asignación de recursos para las políticas públicas en el campo de la alimentación, educación, vivienda y generación de ingresos.
Cerrando los ojos a los llamados de las entidades nacionales e internacionales, el Gobierno Federal demuestra omisión, apatía y rechazo por los más pobres y vulnerables de la sociedad, que son: las comunidades indígenas, quilombolas, ribereñas, las poblaciones de las periferias urbanas, de los barrios marginales y el pueblo que vive en las calles, por millares, en todo Brasil. Estos son los más afectados por la pandemia del nuevo coronavirus y, por desgracia, no vislumbran una medida efectiva que los conduzca a la esperanza de superar las crisis sanitaria y económica que les son impuestas en forma cruel. El Presidente de la República, hace pocos días, en el Plan de Emergencia para la Lucha contra la COVID-19, aprobado en el legislativo federal, bajo el argumento de no tener el pronóstico del presupuesto, entre otros puntos, vetó el acceso al agua potable, material de higiene, oferta de camas hospitalarias y de cuidados intensivos, ventiladores y máquinas de oxigenación sanguínea, en los territorios indígenas, quilombolas y comunidades tradicionales (Cf. Presidencia de la CNBB, Carta abierta al Congreso Nacional, 13/07/2020).
Incluso la religión es utilizada para manipular sentimientos y creencias, provocar divisiones, difundir el odio, crear tensiones entre iglesias y sus líderes. Cabe destacar cuán perniciosa es cualquier asociación entre religión y poder en el Estado laico, especialmente la asociación entre grupos religiosos fundamentalistas y el mantenimiento del poder autoritario. ¿Cómo no estar indignados con el uso del nombre de Dios y su Santa Palabra, mezclados con discursos y posturas prejuiciosas, que incitan al odio, en cambio de predicar el amor, para legitimar prácticas que no son consistentes con el Reino de Dios y su justicia?
¡El momento es de unidad en el respeto de la pluralidad! Por eso, proponemos un amplio diálogo nacional que involucre humanistas, los comprometidos con las democracia, movimientos sociales, hombres y mujeres de buena voluntad, para que sea restaurado el respeto a la Constitución Federal y el Estado Democrático de Derecho, con ética en la política, con transparencia en las informaciones y en el gasto público, con una economía que apunta al bien común, con justicia socioambiental, con “tierra , techo y trabajo”, con alegría y protección de la familia, con educacióny salud integrales y de calidad para todos. Estamos comprometidos con el reciente “Pacto por la vida y por Brasil”, de la CNBB y entidades de la sociedad civil brasileña, y en sintonía con el Papa Francisco, quien convoca a la humanidad a pensar en un nuevo “Pacto Educativo Global” y la nueva “Economía de Francisco y Clara”, así como nos unimos a los movimientos eclesiales y populares que buscan nuevas y urgentes alternativas para Brasil.
En este tiempo de pandemia que nos obliga al distanciamiento social y nos enseña una “nueva normalidad”, estamos redescubriendo nuestros hogares y familias como nuestra Iglesia doméstica, un espacio de encuentro con Dios y con los hermanos y hermanas. Es sobre todo en este ambiente que la luz del Evangelio debe brillar, que nos haga comprender que ese tiempo no es para la indiferencia, para egoísmos, para divisiones ni para olvidar (cf. Francisco, Mensaje Urbi et Orbi, 12/4/20) .
Despertémosnos, por tanto, del sueño que nos inmoviliza y nos convierte en meros espectadores de la realidad de miles de muertes y de la violencia que nos asola. Con el apóstol San Pablo, alertamos que “la noche ya avanzó y el día se aproxima; rechacemos las obras de las tinieblas y vistámonos con la armadura de la luz”( Rm 13,12).
El Señor os bendiga y os guarde. Os muestre su faz y se compadezca de vosotros. ¡El Señor vuelva sobre vosotros su mirada y os dé su paz! (Nm 6,24-26).»
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