Un nuevo protocolo más, un nuevo abuso más. Le cabe la ocasión esta vez a los obispos de República Dominicana, quienes en sus protocolos para la reapertura de templos luego de la pandemia forzarán la Comunión en la mano: “Para la Comunión de los fieles el sacerdote o ministro se la entregará en las manos sin decir nada”.
Friday, June 05, 2020
Esta es una información de Corriere Della Sera, Jun-04-2020, pág. 21. Traducción de Secretum Meum Mihi.
China-Vaticano, los «efectos» del virus: hacia la prórroga del pacto secreto
Expirará en septiembre, pero se renegociará en 2021. Los silencios del Papa sobre Pekín
Por Massimo Franco
Observado desde el Vaticano, Hong Kong parece remoto, y no solo geográficamente. Y el eco de las protestas y la represión en la isla no cambiarán la estrategia de la Santa Sede frente a China. De hecho, la «diplomacia del coronavirus» se prepara para producir una prolongación de su acuerdo, que expira a fines de septiembre. La decisión aún no se ha tomado oficialmente, pero la hipótesis de que Francisco y Xi Jinping acuerden una postergación «por al menos doce meses» de la fecha límite para volver a discutir su acuerdo de dos años y verificar su contenido en 2021 está tomando forma. No con una extensión automática: las dos partes tendrán que expresar su voluntad de proseguir las negociaciones. Pero hay pocas dudas de que se irá en esa dirección.
Por otro lado, el contagio de Covid-19 hace prácticamente imposible, explica el Vaticano, una serie de reuniones preparatorias como las de 2018. Es mejor esperar a que termine la fase aguda de la pandemia. El enigma de ese acuerdo, por lo tanto, está destinado a permanecer. Como se sabe, a excepción de los vértices de Beijing y de la Roma papal, nadie conoce el contenido de ese documento, definido como temporal y guardado en secreto por voluntad china. Pero las consecuencias se entrevén cada vez más claras. La primera es que la atención reciproca que surgió incluso después de la explosión de la pandemia se consolidará. Es poco probable que haya una toma de posición vaticana sobre el puño de hierro de Beijing a Hong Kong, o sobre la responsabilidad por el retraso con el que el mundo ha sido informado.
Ni siquiera habrá una alineación del Vaticano con los Estados Unidos, si surge una nueva Guerra Fría entre los Estados Unidos y China. Y no solamente porque Francisco se considera un papa post-occidental, desencantado por los alineamientos internacionales del pasado y decidido a jugar a trescientos sesenta grados. El choque entre la Casa Blanca de Donald Trump y el régimen de Xi Jinping se considera instrumental y precursor de una peligrosa escalada. En el gobierno de la iglesia de Jorge Mario Bergoglio permanece la convicción que no se puede prescindir la presencia china en el tablero de ajedrez mundial. Y el Vaticano no quiere incluir ni los más mínimos elementos que puedan comprometer el mantenimiento del acuerdo firmado en Beijing el 22 de septiembre de 2018. Ese acuerdo se utilizó para tratar de superar la dicotomía entre la Iglesia Católica «patriótica», de hecho controlada por el El gobierno comunista de Pekín y la «subterránea» fiel al Papa y perseguida durante décadas.
Oficialmente, la operación fue exitosa, no obstante los rumores de una represión progresiva contra la libertad religiosa que llega de manera intermitente; y de un lobby anti-Vaticano en el Partido Comunista Chino, opuesto a relaciones más estrechas con la Roma papal. En la propia Iglesia católica, por otro lado, surgen signos de descontento y desconfianza: además del habitual cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, sostenido como portavoz de una línea agradable en Washington, también por el arzobispo birmano Charles Bo, presidente de la Los obispos católicos asiáticos, que a fines de marzo acusó al «régimen comunista chino» de ser «el principal responsable» de la pandemia. Sin embargo, esto no cambió la trayectoria de la geopolítica vaticana. Tan pronto como se extendió el contagio, el Papa hizo recoger por la farmacia vaticana 700.000 máscaras protectoras de toda Italia, y las envió a Wuhan, epicentro de la Covid-19, recibiendo el agradecimiento de las autoridades chinas.
Y en febrero pasado, «a pedido del Vaticano», precisaron de Beijing, el «Ministro de Relaciones Exteriores» de la Santa Sede, Monseñor Paul Gallagher, se reunió con su homólogo Wang Yi en Munich. En la ocasión, se explicó que China contaba con la contribución del Vaticano para corregir la hostilidad de la comunidad internacional hacia Xi y de su gestión de la pandemia. Para defender el acuerdo temporal y reforzar la acusación de Zen a Francisco de haber «vendido a los católicos», en febrero el cardenal Giovan Battista Re tuvo que subrayar que ese pacto provisional estaría «en perfecta sintonía de pensamiento y acción de los últimos tres pontífices». Pero por única respuesta, el arzobispo de Hong Kong le pidió que mostrara el texto, nunca hecho público.
El entrelazamiento del pacto con los acercamientos entre el Vaticano y los Estados Unidos y con el futuro de la isla «rebelde» de Taiwán, que China quiere recuperar tarde o temprano, permanece en el fondo, inextricable y una fuente de tensión constante. Pero la diplomacia del coronavirus continúa. El 20 de abril pasado, el secretario de Estado del Vaticano, Piero Parolin, lanzó la edición digital en chino de Civiltà Cattolica, la revista jesuita. Estados Unidos observa, en el engorroso papel de convidado de piedra. Y no se excluye que puedan pronto presionar para una especie de elección de campo de la Santa Sede: solicitud, parece entender, considerada inadmisible.