Comentario de monseñor Nicola Bux
Daremos cuenta a nuestro Señor Jesucristo del escándalo, o del obstáculo que muchísimos ministros sagrados plantean a los fieles, con sus actitudes desacralizantes e incluso sacrílegas hacia el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, un síntoma de la grave crisis de fe que estamos atravesando (crisis de fe = falta de reconocimiento de la presencia de Dios en la liturgia, que por esto se llama sagrada).
Cierto, la causa principal es la secularización, determinada sobre todo por clérigos, según Charles Peguy, por el énfasis excesivo en el simbolismo litúrgico, pero aún más por la pérdida del sentido de lo sagrado, siempre a causa de la crisis de la fe.
De esta crisis hace parte la reducción de la Eucaristía a una expresión de solidaridad humana. Así, en el folleto que se encuentró en los bancos de una parroquia milanesa, se afirma que “la comunión en la boca es un hábito que se debe abandonar”, porque ni siquiera es “cristiana” y no es sagrada, y también porque no se remontaría al cristianismo primitivo y a los Padres : regresa la herejía arqueologista, por la cual de la antigüedad se toma lo que se quiere y se deja lo que no es conveniente (por ejemplo, la orientación ad Deum de sacerdotes y fieles durante la celebración, de origen apostólico).
Entre otras cosas, la abolición se propone en nombre de una presunta mayor contagiosidad de la boca que de la mano, en la que no pocos expertos disienten.
El “partir el pan”, del cual el nombre dado a la Misa por los Hechos de los Apóstoles, no significa que el Sacramento hay sido dado en la mano a los discípulos, sino, como atestigua Juan (cf 13, 26-27), fue como llevó un bocado Jesús a Judas, uso todavía utilizado por los orientales, que todavía hacen la Comunión llevando el bocado a los fieles. No se puede dar un bocado de pan mojado en la mano, sino solo en la boca.
Por otra parte, apoyamos el códice purpureo de Rossano del siglo V, por lo tanto, mucho antes de la época carolingia, e interpretamos la invitación de San Cirilo, obispo de Jerusalén, de hacer de las manos como un trono, con la exigencia de extenderlas bajo nuestra boca, para que, recibiendo el “bocado” eucarístico, ningún fragmento se pierda.
Véase también el tema de la Comunión de los Apóstoles, en la iconografía bizantina, que no se basa ex post, como todos los testimonios orientales, hasta los occidentales del Beato Angelico, Tintoretto, etc.
Por tanto, la atribución del gesto, por parte del jesuita Schatz, a la infiltración entre los fieles de “un sentido mágico de la religión”, que tiene la Comunión en la boca, es evidentemente ideológica.
El autor del folleto no puede ignorar que, en nuestros días, no es la comunión en la boca la que está en riesgo de profanación —puesto que siempre distingue lo sagrado de lo profano— sino la de la mano: ¿no sabe que hay fieles que, habiendo recibido la partícula en la mano, la llevan con ellos? ¿Para cuáles usos? ¿No sabe que incluso se ha comprobado el uso para ritos satánicos? Por lo tanto el sentido, por así llamarlo, mágico, del cual se acusa a la Comunión en la boca, no ha desaparecido, y regresa con la de la mano.
En la conclusión, el autor del folleto se contradice a sí mismo, por cuanto, después de haber afirmado que la práctica de la Comunión en la boca no estaba en el cristianismo primitivo, afirma que tal “práctica nació en una manera más arcaica” e insiste de nuevo en la reducción de la Eucaristía al servicio de los hermanos. En verdad, el autor no quiere reconocer que Cristo instituyó el sacramento para que pudiéramos convertirnos en un solo cuerpo con él, precisamente a través de la Comunión con su cuerpo y su sangre; solo así nos convertimos en sus miembros y, en la medida en que otros lo hacen, nos reconocemos como hermanos. Este es el agàpe (griego) y la charitas (latín) de los cristianos, el verdadero nombre de la solidaridad. No hay necesidad de ningún Alto comité para la fraternidad humana, porque esta surge como consecuencia solo del reconocimiento del único Señor Jesucristo, de cuyo cuerpo y sangre se nutren, por medio de la iniciación cristiana, aquellos que se convierten y son bautizados. También se entiende así el conocido axioma: “Es la Eucaristía la que hace a la Iglesia” y, en consecuencia, la Iglesia puede hacer la Eucaristía (cf. Juan Pablo II, encíclica Ecclesia de Eucharistia, n. 26).
Por lo tanto, no obstante la crisis de la fe, es el sentido irreprimible de lo sagrado —que el Verbo, con su Encarnación, no ha cancelado del corazón del hombre, sino hecho avanzar— el que empuja a muchos sacerdotes y fieles a no aceptar administrar y respectivamente recibir la comunión mediante un guante profano. Es necesaria fe para reconocer el Cuerpo y la Sangre de Cristo verdaderamente, realmente, sustancialmente presente bajo las especies del pan y del vino —apariencias que Santo Tomás con término aristotélico llama “accidentes”— tanto que cuando una partícula eucarística cae por tierra el celebrante no la usa para la Comunión, sino que la pone en un vaso, el “purificador”, donde se disuelve, luego termina la presencia real.
En el contagio actual, si se considera insuficiente el lavabo de las manos antes de la Misa y después del ofertorio, quizás con la adición de detergente, se podría recurrir a las pinzas o a lo que acontece en el antiguo rito romano, en la Misa celebrada por el obispo: usa los chirothecae, o sea los guantes de tela preciosa, adornados con cruces; los usa durante la Misa, pero se los quita para hacer el Ofertorio, la Consagración y la Comunión. En resumen, lo contrario de lo que se está haciendo ahora, tocar con las manos desnudas todo lo que se necesita (misal, micrófono, etc.) y poniéndose los guantea para la Comunión. ¡Es paradójico! Son sobre todo las ofrendas sagradas las que el ministro sagrado debe tocar con manos puras, en lugar de protegerlas a través de las chirotecae para el resto de la celebración. No sólo los obispos usaban chirotecae, sino también los sacerdotes de los Capítulos canónicos los tenían entre sus insignias. ¿Por qué no volver a proponer esta modalidad de uso de estos guantes litúrgicos por los sacerdotes, no solo por los obispos, al menos en este tiempo excepcional?
Quién sabe por qué esos sacerdotes, tan ecuménicos con los ortodoxos orientales, que se mantienen firmes en la administración de la comunión con la cuchara y en la boca, omiten afirmar que debemos aprender de ellos, y se vuelven arrogantes e inflexibles con sus fieles latinos (romanos y ambrosianos) que desean comulgar de rodillas y en la lengua, u ofrecer un lino pequeño para recibir la Eucaristía en la palma de la mano y ponerla directamente en la boca. ¿No son estas las disposiciones de la Iglesia? No queda más que reafirmar con valentía frente a sacerdotes y a obispos, conscientes de lo que afirmaba Juan Pablo II: “Quien tiene temor de Dios no tiene miedo de los hombres”.
Nicola Bux