Esta es nuestra traducción de la columna semanal en Il Giornale de Riccardo Cascioli, correspondiente a Jun-23-2019 (en la imágen, click para ampliar).
“Esas monjas rezan demasiado”. Y el Vaticano cierra la orden
Por Riccardo Cascioli
Gobierno autoritario de la Congregación, inmovilidad en vivir el carisma, demasiada oración y de manera tradicional. Debido a estas acusaciones y ante la negativa de las monjas a ver desnaturalizada su misión, otra orden religiosa fue destruida por obra del Vaticano.
Esta vez toca el turno a un joven instituto francés, el de las Pequeñas Hermanas de María Madre del Redentor, pero es solo la última entrega de una serie de ataques contra congregaciones religiosas, quizás ricas en vocaciones en tiempos de baja general, consideradas “demasiado tradicionalistas” y poco en sintonía con “la nueva teología de la vida consagrada”.
La historia de las Pequeñas Hermanas comenzó en 1939 cuando un grupo de jóvenes se reunió en una comunidad en Toulouse alrededor de María Nault, luego Madre María de la Cruz. Después el nacimiento de otras comunidades, en 1989 fueron reconocidas como instituto religioso por el entonces obispo de Laval, Louis-Marie Billé. Gestionan casas de retiro para ancianos, enseñan catecismo y abren sus hogares a la hospitalidad de las parroquias y movimientos. Sin embargo, tanta acogida y compromiso con los más vulnerables de la sociedad tiene una vida de oración intensa, en las muchas horas dedicadas a la adoración eucarística y al amor por la liturgia tradicional, como por ejemplo de la celebración del antiguo rito. Incluso su hábito habla de este amor por la tradición, dado que usan griñón, ese cubrecabeza de origen medieval que enmarca la cara y cubre el pecho y los hombros.
Y es justamente en Laval donde comienzan las desventuras de las hermanas, que ya en 2010 entraban en conflicto con el nuevo obispo, Thierry Scharrer, que quiere separar a la comunidad religiosa de la administración del asilo de ancianos. Mientras tanto, en Roma, la Congregación que se ocupa de los institutos religiosos, dirigida por el cardenal brasileño Joao Braz de Aviz, se volvió implacable en la persecución de órdenes de frailes y hermanas que tienen vocaciones abundantes y están demasiado ligadas a la Tradición. Así, las Pequeñas Hermanas de María Madre del Redentor, entran en el punto de mira del Vaticano y son sometidas a inspecciones, al envío de comisarios al diktat. La asociación de apoyo a las hermanas, nacida en el entre tanto para apoyarlas en esta batalla por su supervivencia, denuncia que a las hermanas se les ha reprochado “demasiada oración”. En este pontificado se está produciendo una distorsión de la vida religiosa, que tiende a reducir al mínimo la autonomía de los conventos y monasterios y hacer pasar la oración y la liturgia a segundo lugar con respecto a la utilidad social.
Así, a las hermanas francesas que no aceptan esta intrusión violenta en su vida religiosa, el Vaticano responde con un ultimátum: aceptar a una superiora-comisario indicada por Roma o salir de la orden. La nueva superiora impuesta es la hermana Geneviève Médevielle, religiosa que se viste con ropas laicas. Profesora de ética en el Instituto Católico de París, también autora de un libro con un título significativo, I migranti, Francesco e noi [“Los migrantes, Francisco y nosotros”]. El éxito del asunto está señalado: 34 de las 39 hermanas de Laval rechazan a la nueva superiora y, en cambio, piden que se les libere de sus votos en el instituto, con la esperanza de que este gesto sensacional empuje a los responsables del Vaticano para que al menos escuchen. En cambio, en los últimos días se aceptó la solicitud de las hermanas y se destruyó la orden. Las hermanas anunciaron su intención de emprender acciones legales contra las autoridades eclesiásticas por acoso moral y difamación.
La historia de las hermanas francesas es solo el último episodio de esta guerra contra los institutos religiosos, del cual es responsable el franciscano José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para la Vida Religiosa del Vaticano. Entre los más sensacionales, el caso de los franciscanos de la Inmaculada Concepción, comisariados ya desde hace seis años, con su fundador prácticamente en arresto domiciliario, sin que la razón del encarnizamiento haya sido oficialmente nunca aclarada. Curiosamente, también en este caso se habló de una genérica gestión autoritaria, incluso con denuncias de malos tratos, luego caídos en el vacío. Pero incluso aquí se entiende que hay una vida de oración y una preferencia por la antigua liturgia, que incluso Benedicto XVI había valorado y liberalizado.
Más recientemente, el hacha cayó sobre Familia Christi, que el nuevo obispo de Ferrara, el inmigracionista extremo Giancarlo Perego, denunció en Roma y retiró de su diócesis, donde habían sido reconocidos por el obispo anterior, Luigi Negri. Ellos también, quienes también habían dado nueva vida a un santuario donde ocurrió un milagro eucarístico en el siglo XII, demasiado amantes a las liturgias en latín y demasiado devotos de la adoración eucarística.
Y, de nuevo ahora, la Fraternidad de los Santos Apóstoles de Bruselas, suprimida en noviembre de 2017 porque tenía “demasiados seminaristas franceses”. Un pretexto a los límites de lo ridículo para una Iglesia llamada católica, el problema real es siempre el habitual: no son muy inclinados a los dictámenes de la nueva Iglesia.