Iglesia: todos los hombres de Bergoglio
Los últimos cardenales son de estricta observancia “Bergogliana”: acogida a toda costa, apertura a las otras religiones. Pero mientras tanto, los fieles escapan de las iglesias
Alessandro Rico - 22 de octubre de 2019
Quizás sea cierto: la Iglesia no se gobierna con las Avemarías. Pero una cosa era escucharlo decir al cínico Monseñor Paul Marcinkus, cuando era presidente del IOR. Una cosa es ver que Jorge Mario Bergoglio, el Papa de la “Iglesia en salida”, sostiene la barca de Pietro de un modo cualquier cosa menos colegial, como había dejado entender al inicio del pontificado.
Francisco es muy diferente de su amable predecesor Joseph Ratzinger. El es un hábil político. A veces sin prejuicios. En las estancias vaticanas algunos lo describen como un hombre duro, quien espera que sus órdenes se ejecuten bien y rápidamente. Algunos están seguros de que sus invitaciones para sentirse libre de criticarlo sirven para expulsar a los adversarios: habría caído en la trampa el cardenal Raymond Leo Burke, con los relieves del sínodo sobre la familia, considérese la destitución de la presidencia del tribunal de la Signatura Apostólica, con la excusa de un asignación simbólica en la Orden de Malta. Pero también está el caso del Pontificio Instituto Juan Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia, purgado de los no alineados a la doctrina de Amoris laetitia. Al mismo tiempo, Bergoglio se cuida de colocar en las posiciones clave a los “suyos”: lo demuestra la forma en que revolucionó el colegio de los cardenales electores. Francisco, en resumen, se ha construido un verdadero partido de lealísimos, quizás superado más por el miedo que por la persuasión. Sin embargo, las maniobras del palacio, la mundanización de la Iglesia, las aperturas al Islam y las concesiones al régimen chino, figuras de este pontificado, no parecen entusiasmar a los fieles.
Una encuesta de Doxa ha revelado que en Italia el porcentaje de católicos se ha reducido en 7.7 por por ciento. El Departamento de Estadística del Vaticano detecta una disminución de 387 sacerdotes entre 2016 y 2017, el último año medido. El Ministerio del Interior registra la pérdida de 55 parroquias entre 2012 y el 2016. La participación en audiencias, celebraciones y Angelus se redujo a la mitad entre 2013 (el primero año de Francisco) y 2016. El pontificado de Bergoglio no ha podido detener tampoco la hemorragia de católicos en América Latina, en fuga hacia las sectas protestantes. En Brasil, en una década, podría consumarse el sobrepaso de los evangélicos. Quizás el rebaño ha descubierto el artificio del pastor, el cual, comenta un vaticanista que prefiere quedarse anónimo, habla “como el secretario general de la ONU o el jefe de Greenpeace, más que como el sucesor de Pedro. Parece que no quisiera confirmar a los hermanos en la fe, sino ser admirado por el mundo”. Pero si los agnósticos y progresistas aprecian a Francisco, los católicos están desconcertados por él y por los prelados de su círculo, todos pro inmigración y enemigos jurados de los populistas. Y en efecto un párroco boloñés, Don Alfredo Morselli, se desfoga así con Panorama: “Si el clero descuida la defensa de los principios no negociables para ocuparse solo de la acogida, ya no es creíble. Ni siquiera cuando ejerce el propio ministerio, cuando bendice o confiesa. Hay consternación entre los católicos: las ovejas están abandonando el redil”, concluye Morselli. “Pero hay consternación incluso entre los sacerdotes: los que no se adaptan son castigados. De hecho, los seminaristas considerados demasiado tradicionalistas tienen dificultades para llegar a la ordenación. Han cazado a algunos con una motivación absurda: oraban demasiado...”.
Para consolidar su propio partido, Bergoglio aumentó la influencia de la Orden de la cual proviene, la de los jesuitas, del cual patrocinó la corriente de izquierda. A Bergoglio, sin embargo, no le está así tan cerca al corazón la regla de la Compañía de Jesús. Como recuerda Edward Pentin, de National Catholic Register, “ha tenido una relación tormentosa en el pasado con los jesuitas, nunca ha estado tan cerca de ellos como se podría pensar”. El suyo, tal vez, es sobre todo un partido personal. El historiador Henry Sire, autor de un libro con un título elocuente, El Papa dictador lo explica así: “Bergoglio tiene una personalidad autoritaria. De alguna manera, recuerda a Juan Perón: fue capaz de pasar de derecha a izquierda, evitar confrontaciones abiertas y dice a sus interlocutores lo que quieren escuchar. Excepto actuar por su cuenta”. Esta actitud, distante de la imagen de bonhomía del Papa que desea “buen almuerzo” a los fieles, ha aflorado en varias ocasiones. Basta observar la forma en la que ha expulsado al cardenal Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. O cómo ha debilitado a otro Cardenal incómodo, Robert Sarah, removiendo a muchos miembros de la Congregación para la liturgia y reemplazándolos con otros de su agrado. Un poco como lo que ha pasado con la remodelación del cónclave.
En seis años de pontificado, Francisco ha creado 67 nuevos cardenales electores, forzando el límite de 120 cardenales, establecido por Paulo VI: ahora hay 128 y la mayoría es indudablemente bergogliana. Los nombramientos del 5 de octubre pasado son significativos. Entre los promovidos obviamente figuran algunos jesuitas, comenzando con el checo-canadiense Michael Czerny, quien desde 2016 lidera la sección de migrantes del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral. En su escudo de armas cardenalicio presenta una barcaza cargada de inmigrantes y ha tenido a especificar que la madera de la que está compuesto su crucifijo “proviene de una barca usada atravesar el mar Mediterráneo y llegar a Lampedusa”. Perfecto espíritu bergogliano: Francisco apenas acaba de hacer instalar una gran escultura en la Plaza de San Pedro que representa una multitud de migrantes Y sin embargo, al neto de las obligaciones humanitarias, el Catecismo admite que “las autoridades políticas” subordinan “el ejercicio del derecho de inmigración (...) al respeto de los deberes hacia el país receptor”.
La observancia de la ley, por el contrario, no parece ser una prioridad del partido de Bergoglio. Una prueba sobre todo: el cardenal Limosnero, Konrad Krajewski, que en mayo fue a restablecer los servicios públicos de un edificio ocupado por ocupantes ilegales en Santa Croce en Gerusalemme, en Roma. El otro jesuita neocardenal es el jefe de la Conferencia Episcopal Europea, Jean-Claude Hollerich. ¿Su mérito? Quizás, haber castigado al líder de la Lega, Matteo Salvini, por la exhibición del rosario. O haber hecho tomar una fotografía, el 4 de octubre, en la mesa con la Luca Casarini, exponente de la ONG Mediterránea.
“Golpea” dice a Panorama el investigador chileno de la asociación Tradición, familia y propiedad, José Antonio Ureta, “que en sus viajes al extranjero Francisco vaya a visitar la sede local de los jesuitas”. Por otro lado, estos últimos han cultivado por décadas sus miras sobre los vértices de la Iglesia. Según Don Nicola Bux, teólogo y cercano colaborador de Benedicto XVI, “es al menos desde los años sesenta que una parte ‘desviada’ de los jesuitas está promoviendo un programa de subversión de la doctrina, de constituir de una especie de neo Iglesia o anti Iglesia”.
Don Bux reconduce justo a este medio cultural las raíces de la negación de la divinidad de Cristo, que en un editorial en La Repubblica de la semana pasada, Eugenio Scalfari atribuyó al mismo Francisco: “Sí, el Vaticano lo ha desmentido. Pero por experiencia puedo afirmar que, sobre la base de la teología de Karl Rahner, entre los jesuitas hay quienes llegan a afirmar también tesis similares”.
En el círculo mágico del partido jesuita de Bergoglio no se puede omitir al director de Civiltà Cattolica, padre Antonio Spadaro, tuiteador antisoberanista. La Orden, sin embargo, incluye personalidades mucho más extremas. Tipo James Martin, consultor de la Secretaría para el Comunicación, defensor de la teología del arco iris y recibido por el Papa a finales de septiembre. Martin ha celebrado el evento en las redes sociales: “Recibí una audiencia privada durante la que compartí las alegrías y esperanzas, dolores y preocupaciones de los católicos LGBT y de las personas LGBT en todo el mundo”. Después de todo, ¿quién es el Papa para juzgar? Y también hay quienes empujan hasta la herejía. El general de los jesuitas, Arturo Sosa Abascal, a quien Francisco, subraya Pentin, “considera muy cercano”, es famoso por haber negado la veracidad de Satanás: “El diablo existe como una realidad simbólica, no como una realidad personal”.
Pero en esta red del poder bergogliano, amerita una mención otro de los cardenales recién creados, no jesuitas: es el arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, también partidario de la pastorale LGBT y recientemente protagonista de la disputa sobre el tortellino filoislámico. Él aseguró que no estaba al tanto de la iniciativa, pero sus credenciales de amigo de los musulmanes, son muy sólidas. ¿La palabra al orden de Zuppi en Bolonia? Es natural: “acogida”. Un curriculum en armonía con la declaración de Abu Dhabi, firmada por el Papa y por el Gran Imán de Al Azhar, en el que aparecen pasajes con olor de indiferentismo religioso. Como aquel en el que se afirma que la “sabiduría divina” ha creado el “pluralismo y la diversidad de religiones”.
Con el sistema de botín curial, Francesco espera garantizar la continuidad de su agenda, reformista sobre la doctrina pero esencialmente “inmovilista” en tema de moralización del clero. Tanto así que las víctimas del hostigamiento quedaron insatisfechas con la cumbre del Vaticano de Febrero sobre el abuso. Es Sire quien ilustra cómo Bergoglio, más allá de las operaciones de fachada, tiende a rodearse de personas “de dudosa moralidad y, por lo tanto, muy débiles, para controlarlas”. Un “patrón claro desde la época de Buenos Aires”, sostiene el analista del Vaticano Edward Pentin.
Como arzobispo de la capital argentina, en 1999, Bergoglio nombró como auxiliar a Monseñor Juan Carlos Maccarone (fallecido en 2015). En 2005, Maccarone fue removido por Benedicto XVI porque salió un video que lo inmortalizó con un acompañante homosexual. Sin embargo, Bergoglio lo defendió: dijo que todo fue una conspiración para atacar a un hombre por sus ideas de izquierda.
Entre los casos más recientes está el del ex obispo de Orán, Gustavo Zanchetta, quien renunció de improviso por misteriosos problemas de salud. En junio, un fiscal argentino formalizó a su respecto la acusación de abuso sexual continuo y agravado contra algunos seminaristas. Tres meses antes, Zanchetta había participado en los ejercicios espirituales en el Vaticano y había sido nombrado por el Papa como asesor de la APSA, la administración de los activos de la sede Apostólica. En una entrevista con una estación de televisión mexicana, Bergoglio había justificado en forma singular el encargo. Francisco habría creído que las fotos comprometedoras de Monseñor Zanchetta habían sido “hackeadas”. Más tarde, decidió colocarlo en la APSA para permitirle realizar una terapia en España, pero reconociendo que el obispo “económicamente era desordenado”. No manejó mal las obras que hizo. Era desordenado, pero la visión es buena”.
Promociones controversiales y coberturas de personajes ambiguos ha habido varias. En 2013, el año en que fue elegido, Francisco nombró prelado del IOR a monseñor Battista Ricca, de lo más sobresaliente del transcurso en Uruguay como nuncio apostólico. En Montevideo se hablaba de una convivencia “sospechosa” con un capitán del ejército suizo, Patrick Haari. De una noche brava en un club gay, durante el cual Monseñor Ricca fue golpeado. De un día de agosto de 2001, cuando fue atrapado en el ascensor en actitudes íntimas con un adolescente. De una maleta que contenía una pistola, condones y películas porno.
También en 2013, Bergoglio inauguró el Consejo de Cardenales, el C9, un organismo que debía apoyarlo en las reformaseclesiales. ¿Y quién había involucrado a Francesco? Al arzobispo de Tegucigalpa, en Honduras, Óscar Rodríguez Maradiaga, implicado en un escándalo financiero. Habría convencido a la viuda de un amigo rico para que invirtiera sus ahorros en un Fondo de Londres, dirigido por un musulmán (a propósito de ecumenismo). El mediador, sin embargo, desapareció con el botín. La mujer apeló al Papa, quien la recibió en el Vaticano. Francisco, sin embargo, no la ha ayudado nunca. Y nunca removió a Maradiaga.
En un aspecto, los observadores no están de acuerdo: ¿Francisco quiere revolucionar la Iglesia ahora? O —y en esta dirección deben leerse las miras al cónclave— ¿quiere poner las primeras piedras de un edificio que será terminado después de él?
Ureta asegura que “Bergoglio es consciente de ser el representante de una minoría, que tomó ha tomado el poder con una ingeniosa maniobra”. Una “obra maestra táctica”, lo llamaría Matteo Renzi. El hecho es que “Francisco intenta completar las reformas lo antes posible, incluso a costa de arriesgar un cisma”. Y a pesar del mal humor por el sínodo amazónico, que podría legitimar los sacerdotes casados y la teología de la liberación “en salsa verde”, desencadenando reacciones graves.
Otros analistas, como el vaticanista Sandro Magister, en cambio han insistido desde el principio y durante algún tiempo, enunciado claramente por el Papa en Evangelii gaudium, según el cual “el tiempo es superior al espacio”. Esto significaría, según la exhortación apostólica, que uno puede “trabajar a largo plazo, sin la obsesión de los resultados inmediatos”. Dar prioridad al tiempo quiere decir “iniciar procesos” que se concluirán en el futuro: por tanto, el cónclave está blindado. “Esto sin embargo no es obvio”, advierte Don Bux. “O decimos que la Iglesia es una realidad solo humana y entonces las estratagemas políticas son suficientes para darle forma, o reconocemos que hay una variable sobrenatural, con la que tarde o temprano se necesita hacer las cuentas”.
Esta “Iglesia en salida” está en realidad más arraigada que nunca. Asediada por los escándalos. Zarandeada por las luchas de poder. Pero en el diseño de Bergoglio queda una pregunta legítima: ¿el Espíritu Santo tomó la camiseta de su partido?