Como ha hecho carrera, Francisco en sus viajes se reúne con los jesuitas locales y luego el P. Antonio Spadaro se encarga de publicar “la exclusiva” en La Civiltà Cattolica. No pudo ser diferente esta vez durante su reciente viaje a Panamá para la JMJ, cuando se reunió con los jesuitas centroamericanos. Destacamos este aparte.
Viendo el testimonio que ha caracterizado a la Compañía de Jesús en Centroamérica, ¿qué piensa que podemos aportar a la Iglesia universal?
En América ustedes fueron pioneros en los años de las luchas sociales cristianas. Ustedes fueron pioneros. Si el padre Arrupe escribió la Carta sobre los cristianos y el «análisis marxista» para hablar de la realidad en la teología de la liberación, fue porque había algún jesuita que por ahí se confundía un poco. No por mala intención pero se confundía, y entonces el padre tuvo que poner las cosas en su sitio. En el foco. En aquel entonces el que condenaba la teología de la liberación, condenaba a todos los jesuitas de Centroamérica. Yo he escuchado condenas terribles. Y el que la aceptaba, aceptaba todo sin distinguir. De todas maneras, la historia ayudó a discernir y a purificar. Son procesos de purificación. Pero si no me equivoco, ustedes fueron pioneros, con sus propios pecados, con sus propios errores, pero pioneros al fin.
En aquel tiempo, un día tomé el avión para ir a una reunión. Salía de Buenos Aires, pero, como el boleto era más barato, hice escala en Madrid, para después ir a Roma. En Madrid subió un obispo de Centroamérica. Lo saludé, me saludó; nos sentamos juntos y empezamos a hablar. Yo le pregunté por la causa de Romero, y él me dijo: «Ni hablar. Ni hablar. Sería canonizar el marxismo». Ese fue el introito. Después siguió. Dentro del mismo episcopado había visiones diferentes, incluso condenatorias de la línea de la Compañía. De hecho aquel obispo pasó de criticar a Romero a criticar a los jesuitas de Centroamérica. Pero no era el único que pensaba así. En aquella época, otros miembros de la jerarquía eran muy cercanos a los regímenes de entonces, se respaldaban en ellos.
En una reunión en Roma me encontré con un provincial que estaba tachado de izquierdista. Yo le pregunté sobre la teología de la liberación, y él me dio un panorama muy objetivo, incluso crítico con algunos jesuitas, pero haciendo ver cuál era la dirección positiva; a quien veía todo esto desde afuera, en cambio, todo le parecía muy muy difícil de aceptar. La idea era que canonizar a Romero era imposible porque ese hombre no era ni siquiera cristiano, ¡era marxista! Y por lo tanto lo atacaban. Pero en aquella tempestad había también un germen bueno. Que algunos exageraron, sí, pero después volvieron. Siempre ha habido exageraciones.
Hubo alguno que dijo cosas más fuertes que otros, es verdad, pero lo sustancial era distinto. Ustedes estuvieron de lleno en medio del zafarrancho. Y sería lindo que releyeran la historia de esos hombres. Había personas como Rutilio, que nunca se bandeó e hizo todo lo que tenía que hacer. Ideológicamente Rutilio no se bandeó nunca, y en cambio hubo algún otro que por ahí un poco se bandeaba, porque estaba enamorado de la filosofía de tal autor y con esa base releía e inspiraba los hechos. Pero son cosas humanas, comprensibles en coyunturas humanas difíciles.
Las dictaduras que tuvieron ustedes en Centroamérica fueron de terror. Lo importante es no dejarse ganar por la ideología ni de un lado ni de otro, y menos de la peor de todas, que es la ideología aséptica. «No te metas»: esta es la ideología peor. Era la actitud de aquel obispo que encontré en el avión, que era un aséptico.
Arrupe sobre esto era muy claro en el discernimiento que hacía. Los defendía a todos, pero después le ajustaba en privado a cada uno lo que le tenía que ajustar, si le tenía que ajustar algo. Eso es típico del superior, defender a todos… Y por eso es importante la cuenta de conciencia, porque allí se ajustan los tornillos donde se tienen que ajustar. Esta es mi opinión.
Y hoy, nosotros los viejos nos reímos cuando vemos las preocupaciones que tuvimos con la teología de la liberación. Lo que por ahí fallaba era la comunicación hacia afuera de cómo estaban las cosas en verdad. Había muchas maneras de interpretarla. Es verdad que algunos cayeron en el análisis marxista. Pero les cuento algo divertido: el gran perseguido, Gustavo Gutiérrez, el peruano, concelebró la Misa conmigo y con el que era entonces prefecto de la Doctrina de la Fe, el Cardenal Müller. Esto fue porque Müller me lo trajo como amigo suyo a concelebrar. Si alguno en aquella época hubiera dicho que el prefecto para la Doctrina de la Fe habría llevado a Gutiérrez a concelebrar con el Papa, habrían dicho «este tomó de más».
La historia es maestra de la vida. Uno va aprendiendo. Una de las cosas que a mí me hizo mucho bien en una época de mi vida, fue leer la Historia de los Papas de Ludwig von Pastor… un poco larguita, ¡37 tomos! Ahí descubrí sobre todo la época de la expulsión de la Compañía… pero no solo eso. La historia nos enseña. Sin ir tan lejos, les recomiendo que lean los cuatro tomitos de Giacomo Martina, gran profesor de la Gregoriana, sobre la historia de la Iglesia de Lutero a nuestros días. Se leen bien, porque tiene una linda prosa. Los va a ubicar en los problemas del modernismo… Ir a la historia para entender las situaciones. Sin condenar personas y sin santificarlas antes de tiempo. No sé si te respondí…