Se ha publicado hoy (en inglés e italiano, ver por ej., Stilum Curiæ, LifeSiteNews, Blog de Edwad Pentin) lo que han llamado el “tercer testimonio Viganò”. Se trata dl tercer documento que Mons. Carlo Maria Viganò, antigüo nuncio en EEUU, ha publicado desde Agosto de 2018 en relación —principalmente aunque no exclusivamente— al caso del ex-cardenal Theodore McCarrick. Este tercero en respuesta a la reciente “carta abierta” que le dirigió el Card. Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos.
Esta es una traducción al español de Secretum Meum Mihi, advirtiendo que tomamos como base el publicado en inglés.
En la Fiesta de los Mártires Norteamericanos
Dar testimonio de la corrupción en la jerarquía de la Iglesia Católica fue una decisión dolorosa para mí, y lo sigue siendo. Pero soy un hombre viejo, uno que sabe que pronto debe rendir cuentas al juez por sus acciones y omisiones, uno que le teme a quien puede arrojar el cuerpo y el alma al infierno. Un juez que, incluso en su infinita misericordia, rendirá a cada persona la salvación o la condenación de acuerdo con lo que ha merecido. Anticipando la espantosa pregunta de ese juez: “¿Cómo podría usted, quien tenía conocimiento de la verdad, guardar silencio en medio de la falsedad y la depravación?”, ¿Qué respuesta podría dar?
Testifiqué plenamente consciente de que mi testimonio traería alarma y consternación a muchas personas eminentes: eclesiásticos, colegas obispos, colegas con los que había trabajado y orado. Sabía que muchos se sentirían heridos y traicionados. Esperaba que algunos a su vez me atacaran a mí y a mis motivos. Lo más doloroso de todo, sabía que muchos de los fieles inocentes se confundirían y se desconcertarían por el espectáculo de un obispo acusando a colegas y superiores con actos ilícitos, pecado sexual y grave negligencia en el deber. Sin embargo, creo que mi silencio continuado pondría a muchas almas en riesgo, y ciertamente me condenaría a mí mismo. Habiendo informado varias veces a mis superiores, e incluso al Papa, el comportamiento aberrante de Theodore McCarrick, podría haber denunciado públicamente las verdades de las que tenía conocimiento anteriormente. Si tengo alguna responsabilidad en este retraso, me arrepiento por eso. Este retraso se debió a la gravedad de la decisión que iba a tomar, y al largo sufrimiento de mi conciencia.
He sido acusado de crear confusión y división en la Iglesia a través de mi testimonio. Para aquellos que creen que tal confusión y división fueron insignificantes antes de agosto de 2018, tal vez tal afirmación sea plausible. Sin embargo, los observadores más imparciales habrán notado un exceso de ambas por mucho tiempo, como es inevitable cuando el sucesor de Pedro es negligente en el ejercicio de su misión principal, que es confirmar a los hermanos en la fe y en la sana doctrina moral. Cuando luego él exacerba la crisis por declaraciones contradictorias o desconcertantes sobre estas doctrinas, la confusión se agrava.
Consiguientemente hablé. Porque es la conspiración del silencio la que ha forjado y continúa causando gran daño en la Iglesia: daño a tantas almas inocentes, a jóvenes vocaciones sacerdotales, a los fieles en general. Con respecto a mi decisión, la cual he tomado en conciencia delante de Dios, acepto voluntariamente cada corrección fraternal, consejo, recomendación e invitación para progresar en mi vida de fe y amor por Cristo, por la Iglesia y por el Papa.
Permítaseme replantear los puntos clave de mi testimonio.
• En Noviembre de 2000, el nuncio en Estados Unidos, el arzobispo Montalvo, informó a la Santa Sede del comportamiento homosexual del Cardenal McCarrick con seminaristas y sacerdotes.
• En Diciembre de 2006, el nuevo nuncio en Estados Unidos, el Arzobispo Pietro Sambi, informó a la Santa Sede del comportamiento homosexual del cardenal McCarrick con otro sacerdote.
• En Diciembre de 2006, Yo mismo escribí un memorándum al Secretario de Estado Cardenal Bertone, y lo entregué personalmente al Sustituto de Asuntos Generales, el Arzobispo Leonardo Sandri, pidiendo al Papa que impusiera medidas disciplinarias extraordinarias contra McCarrick para prevenir futuros crímenes y escándalos. Este memorándum no recibió respuesta.
• En Abril de 2008, una carta abierta al Papa Benedicto por Richard Sipe fue transmitida por el Prefecto de la CDF, el Cardenal Levada, al Secretario de Estado, el cardenal Bertone, la cual contenía más acusaciones de que McCarrick dormía con seminaristas y sacerdotes. Recibí esto un mes después, y en Mayo de 2008, Yo mismo entregué un segundo memorándum al entonces Sustituto de Asuntos Generales, el Arzobispo Fernando Filoni, informando las reclamaciones contra McCarrick y pidiendo sanciones contra él. Este segundo memorándum tampoco recibió respuesta.
• En 2009 ó 2010, supe del Cardenal Re, prefecto de la Congregación de Obispos, que el Papa Benedicto había ordenado a McCarrick que cesara el ministerio público y comenzara una vida de oración y penitencia. El nuncio Sambi comunicó las órdenes del Papa a McCarrick con una voz que se escuchó en el corredor de la nunciatura.
• En Noviembre de 2011, el Cardenal Ouellet, el nuevo Prefecto de los Obispos, me repitió a mí, nuevo nuncio en los Estados Unidos, las restricciones del Papa a McCarrick, y Yo mismo se las comunicé a McCarrick cara a cara.
• El 21 de Junio de 2013, hacia el final de una asamblea oficial de nuncios en el Vaticano, el Papa Francisco me habló palabras crípticas criticando el episcopado de los Estados Unidos.
• El 23 de Junio de 2013, me reuní cara a cara con el Papa Francisco en su departamento para pedir una aclaración, y el Papa me preguntó: “il cardinale McCarrick, com'è ? (el Cardenal McCarrick, ¿qué piensa de él?)”. Lo cual sólo puedo interpretar como una fingida curiosidad para descubrir si Yo era o no un aliado de McCarrick. Le dije que McCarrick había corrompido sexualmente a generaciones de sacerdotes y seminaristas, y que el Papa Benedicto le había ordenado que se confinara a una vida de oración y de penitencia.
• En cambio, McCarrick continuó gozando de la especial consideración del Papa Francisco y le dio nuevas responsabilidades y misiones.
• McCarrick era parte de una red de obispos que promovían la homosexualidad, quienes, explotando su favor con el Papa Francisco, manipularon los nombramientos episcopales para protegerse a sí mismos de la justicia y para fortalecer la red homosexual en la jerarquía y en la Iglesia en general.
• El mismo Papa Francisco se ha ó confabulado en esta corrupción ó, sabiendo lo que hace, es gravemente negligente al fallar en oponerse a ella y desarraigarla.
Invoqué a Dios como testigo de la verdad de mis afirmaciones, y ninguna ha sido demostrada ser falsa. El cardenal Ouellet ha escrito para increparme por mi temeridad al romper el silencio y formular acusaciones tan graves contra mis hermanos y superiores, pero en verdad, su reconvención me confirma en mi decisión y, aún más, sirve para reivindicar mis afirmaciones, por separado y como un todo.
• El cardenal Ouellet admite que habló conmigo sobre la situación de McCarrick antes de partir a Washington para comenzar mi puesto como nuncio.
• El cardenal Ouellet admite que me comunicó por escrito las condiciones y restricciones impuestas a McCarrick por el Papa Benedicto.
• El Cardenal ouellet admite que estas restricciones prohíben a McCarrick viajar o hacer apariciones públicas.
• El Cardenal Ouellet admite que la Congregación de Obispos, por escrito, primero a través del nuncio Sambi y luego otra vez a través de mí, exigió a McCarrick llevar una vida de oración y penitencia.
¿Qué cuestiona el cardenal Ouellet?
• El Cardenal Ouellet cuestiona la posibilidad de que el Papa Francisco hubiera podido recibir información importante sobre McCarrick en un día en que conoció a muchos nuncios y les dio a cada uno solo unos pocos momentos de conversación. Pero este no fue mi testimonio. Mi testimonio es que en una segunda reunión privada, informé al Papa, respondiendo a su propia pregunta sobre Theodore McCarrick, entonces Cardenal arzobispo emérito de Washington, figura prominente de la Iglesia en los Estados Unidos, contándole al Papa que McCarrick había corrompido sexualmente a sus propios seminaristas y sacerdotes. Ningún Papa podría olvidar eso.
• El cardenal Ouellet cuestiona la existencia en sus archivos de cartas firmadas por el Papa Benedicto o el Papa Francisco con respecto a las sanciones impuestas a McCarrick. Pero este no fue mi testimonio. Mi testimonio fue que él tiene en sus archivos documentos clave —independientemente de su procedencia— que incriminan a McCarrick y que documentan las medidas tomadas con su respecto, y otras pruebas sobre el encubrimiento respecto de su situación. Y esto lo confirmo de nuevo.
• El Cardenal Ouellet cuestiona la existencia en los archivos de su predecesor, el Cardenal Re, de “memorándums de audiencia” que imponen a McCarrick las restricciones ya mencionadas. Pero este no fue mi testimonio. Mi testimonio es que hay otros documentos: por ejemplo, una nota del Cardenal Re no Ex-Audientia SS.mi, firmada ó por el Secretario de Estado ó por el Sustituto.
• El cardenal Ouellet cuestiona que es falso presentar las medidas tomadas contra McCarrick como “sanciones” decretadas por el Papa Benedicto y canceladas por el Papa Francisco. Cierto. No eran técnicamente “sanciones” sino disposiciones, “condiciones y restricciones”. Discutir si eran sanciones o disposiciones o algo más es legalismo puro. Desde un punto de vista pastoral son exactamente lo mismo.
En resumen, el Cardenal Ouellet admite las importantes afirmaciones que hice y hago, y cuestiona afirmaciones que no hago y nunca hice.
Hay un punto en el que debo refutar absolutamente lo que escribió el Cardenal Ouellet. El Cardenal afirma que la Santa Sede solo estaba al tanto de “rumores”, que no eran suficientes para justificar medidas disciplinarias contra McCarrick. Afirmo por el contrario que la Santa Sede estaba al tanto de una variedad de hechos concretos, y está en posesión de pruebas documentales, y que las personas responsables, sin embargo, optaron por no intervenir o se fueron impedidas de hacerlo. Indemnización por la Arquidiócesis de Newark y la Diócesis de Metuchen a las víctimas del abuso sexual de McCarrick, las cartas del P. Ramsey, de los nuncios Montalvo en 2000 y Sambi en 2006, del Dr. Sipe en 2008, mis dos notas a los superiores de la Secretaría de Estado que describieron en detalle las acusaciones concretas contra McCarrick; ¿son todos estos solo rumores? Son correspondencia oficial, no chismes de la sacristía. Los crímenes denunciados eran muy graves, incluidos los de intentar dar la absolución sacramental a los cómplices en actos perversos, con la subsecuente celebración sacrílega de la Misa. Estos documentos especifican la identidad de los perpetradores y de sus protectores, y la secuencia cronológica de los hechos. Están guardados en los apropiados archivos; No se necesita ninguna investigación extraordinaria para recuperarlos.
En las públicas increpaciones dirigidas a mí, he notado dos omisiones, dos dramáticos silencios. El primer silencio se refiere a la difícil situación de las víctimas. El segundo se refiere a la razón subyacente por la que hay tantas víctimas, a saber, la influencia corrupta de la homosexualidad en el sacerdocio y en la jerarquía. En lo que respecta al primero, es desalentador que, en medio de todos los escándalos y la indignación, se deba pensar tan poco en aquellos perjudicados por las depredaciones sexuales por aquellos comisionados como ministros del evangelio. Esto no es una cuestión de ajustar cuentas o enfadarse por las vicisitudes de las carreras eclesiásticas. No es una cuestión de política. No se trata de cómo los historiadores de la iglesia pueden evaluar este o aquel papado. Esto es sobre las almas. Muchas almas han estado e incluso están ahora en peligro de su salvación eterna.
En cuanto al segundo silencio, esta grave crisis no se puede abordar y resolver adecuadamente a menos que y hasta que llamemos a las cosas por sus verdaderos nombres. Esta es una crisis debida al flagelo de la homosexualidad, en sus agentes, en sus motivos, en su resistencia a la reforma. No es exagerado decir que la homosexualidad se ha convertido en una plaga en el clero, y ella solo puede ser erradicada con armas espirituales. Es una enorme hipocresía condenar el abuso, reclamar llorar por las víctimas y, sin embargo, negarse a denunciar la causa fundamental de tantos abusos sexuales: la homosexualidad. Es una hipocresía negarse a reconocer que este flagelo se debe a una grave crisis en la vida espiritual del clero y al fallar en dar los pasos necesarios para remediarlo.
Existe sin duda en el clero violaciones sexuales también con mujeres y, también estas crean grave daño a las almas de los que las cometen, a las almas que corrompen y la Iglesia en general. Pero estas violaciones del celibato sacerdotal generalmente se limitan a las personas inmediatamente involucradas. No tienden de por sí a reclutar a otros miembros de la comunidad, ni trabajan para promoverlos, ni encubren sus delitos, mientras que la evidencia de la colusión homosexual, con sus profundas raíces que son tan difíciles de erradicar, es abrumadora.
Está bien establecido que los depredadores homosexuales explotan el privilegio clerical en su beneficio. Pero afirmar que la crisis misma es clericalismo es puro sofisma. Es pretender que un medio, un instrumento, es de hecho el motivo principal.
La denuncia de la corrupción homosexual y la cobardía moral que le permite florecer no es motivo de felicitación en nuestros tiempos, ni siquiera en las esferas más altas de la Iglesia. No me sorprende que al llamar la atención sobre estas plagas me acusen de deslealtad al Santo Padre y de fomentar una rebelión abierta y escandalosa. Sin embargo, la rebelión implicaría instar a otros a derrocar el papado. No estoy instando a tal cosa. Rezo todos los días por el Papa Francisco, más de lo que he hecho por los otros papas. Estoy pidiendo, de hecho, rogando fervientemente, al Santo Padre que haga frente a los compromisos que él mismo asumió al asumir su cargo como sucesor de Pedro. Él asumió sobre sí la misión de confirmar a sus hermanos y guiar a todas las almas en el seguimiento de Cristo, en el combate espiritual, en el camino de la cruz. Que admita sus errores, se arrepienta, muestre su voluntad de seguir el mandato dado a Pedro y, una vez convertido, que confirme a sus hermanos (Lucas 22:32).
Para concluir, deseo repetir mi llamamiento a mis hermanos obispos y sacerdotes que saben que mis declaraciones son ciertas y que pueden testificar, o que tienen acceso a documentos que pueden poner el asunto más allá de toda duda. Ustedes también se enfrentan a una elección. Pueden elegir retirarse de la batalla, continuar en la conspiración del silencio y apartar la vista de la propagación de la corrupción. Puede presentar excusas, compromisos y justificaciones que pospongan el día del ajuste de cuentas. Pueden consolarse con la falsedad y la ilusión de que será más fácil decir la verdad mañana, y luego al día siguiente, y así sucesivamente.
Por otro lado, pueden optar por hablar. Puedes confiar en Aquel que nos dijo, “la verdad os hará libres”. No digo que será fácil decidir entre el silencio y hablar. Les insto a que consideren de cuál opción —en su lecho de muerte, y luego, ante el justo Juez— no se arrepentirán haber tomado.
+ Carlo Maria Viganò 19 de Octubre de 2018
Arzobispo tit. de Ulpiana Fiesta de los
Nuncio Apostólico Mártires Norteamericanos