“El Papa no entiende a China”, columna del card. Joseph Zen en The New York Times
Dudamos ampliamente que a The New York Times le importe algo la salud de la Iglesia en general y menos la de la Iglesia china en particular. ¿Y entonces, a cuenta de qué ofrecen un espacio al card. Joseph Zen para que escriba sobre el reciente acuerdo Vaticano-China sobre el nombrameinto de obispos?, tenemos nuestra opinión, pero no la vamos a exponer.
La siguiente es la traducción de Secretum Meum Mihi de la columna firmada por el card. Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, publicada en la versión web de The New York Times, Oct-24-2018, bajo el título “El Papa no entiende a China” (“The Pope Doesn’t Understand China”, título original en inglés). Al final unas observaciones pertinentes.
El Papa no entiende a China
Por Joseph Zen Ze-Kiun
El cardenal Zen es obispo emérito de Hong Kong.
24 de octubre de 2018
HONG KONG - El mes pasado, el Vaticano anunció que había llegado a un acuerdo provisional. Con el gobierno de China sobre el nombramiento de los obispos Católicos. Los partidarios del trato dicen que él finalmente trae unidad después de una división de larga data —entre una Iglesia clandestina leal al papa y una iglesia oficial aprobada por las autoridades chinas— y que con él, el gobierno chino ha reconocido por primera vez la autoridad del Papa. De hecho, el trato es un paso importante hacia la aniquilación de la verdadera Iglesia en China.
Conozco la Iglesia en China, conozco los comunistas y conozco la Santa Sede. Soy un chino de Shanghai. Viví muchos años en el continente y muchos años en Hong Kong. Enseñe en seminarios en toda China —en Shanghai, Xian, Beijing, Wuhan, Shenyang— entre 1989 y 1996.
El papa Francisco, un argentino, no parece entender a los comunistas. Él es muy pastoral, y viene de Sudamérica, donde históricamente se juntaron los gobiernos militares y los ricos para oprimir a los pobres. ¿Y quién saldría a defender a los pobres? Los comunistas. Tal vez incluso algunos Jesuitas, y el gobierno llamaría comunistas a esos Jesuitas.
Francisco puede tener una simpatía natural por los comunistas porque para él, ellos son los perseguidos. Él no los conoce como los perseguidores en que se convierten una vez [están] en el poder, como los comunistas en China.
La Santa Sede y Beijing cortaron relaciones en los años cincuenta. Los católicos y otros creyentes fueron arrestados y enviados a campos de trabajo. Regresé a China en 1974 durante la Revolución Cultural; la situación era terrible más allá de la imaginación. Toda una nación bajo la esclavitud. Nos olvidamos de estas cosas demasiado fácilmente. También olvidamos que Usted nunca puede tener un verdadero buen acuerdo con un régimen totalitario.
China se ha abierto, sí, desde la década de los 80, pero incluso hoy en día todo sigue bajo el control del Partido Comunista chino. La iglesia oficial en China está controlada por la llamada asociación patriótica y la conferencia de obispos, ambos bajo el dominio del partido.
De 1985 a 2002, el cardenal Jozef Tomko fue prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que supervisa el trabajo misionero de la Iglesia. Él era un eslovaco, quien entendía el comunismo, y él era sabio.
La posición del cardenal Tomko era la de que la Iglesia clandestina era la única Iglesia legal en China, y que la iglesia oficial era ilegal. Pero también entendió que había muchas buenas personas en la iglesia oficial. Como el obispo de Xian, que durante un tiempo fue vicepresidente de la conferencia episcopal. O el obispo de Shanghai, Jin Luxian, un jesuita y un brillante lingüista, que había sido confinado en la década de los 50.
En aquel entonces, la Santa Sede tenía una cautelosa política que implementaba generosamente. Era susceptible al compromiso razonable, pero tenía una línea de fondo.
Las cosas cambiaron en 2002, cuando el cardenal Tomko llegó a la edad de retiro. Un joven italiano sin experiencia extranjera lo reemplazó y comenzó a legitimar obispos oficiales chinos demasiado rápido, demasiado fácil, creando la impresión de que ahora el Vaticano automáticamente secundaría la selección de Beijing
La esperanza regresó cuando Joseph Ratzinger, un alemán que había vivido tanto el nazismo como el comunismo, se convirtió en el papa Benedicto XVI. Trajo al cardenal Ivan Dias, un indio que había pasado un tiempo en África Occidental y Corea del Sur, para dirigir la congregación de evangelización, y que internacionalizó el Vaticano. También se creó una comisión especial para la Iglesia en China. Yo fuí nombrado en ella.
Desafortunadamente, el cardenal Dias creía en el Östpolitik y en las enseñanzas de un secretario de estado en los 80 que había sido un defensor de la distensión con los gobiernos controlados por los soviéticos. Y aplicó la política a China.
Cuando Benedicto emitió su famosa carta a la Iglesia de China en 2007, pidiendo la reconciliación entre todos los católicos de allí, sucedió algo increíble. La traducción china fue publicada con errores, incluido uno demasiado importante como para no haber sido deliberado. En un delicado pasaje sobre cómo los sacerdotes en la clandestinidad podían aceptar el reconocimiento de las autoridades chinas sin necesariamente [estar] traicionando la fe, una advertencia crítica se dejó de lado acerca de cómo “casi siempre”, sin embargo, las autoridades chinas imponían requisitos “contrarios a los dictados” de la conciencia de los católicos.
Algunos de nosotros planteamos el problema y el texto fue eventualmente corregido en el sitio web del Vaticano. Pero para entonces, el original erróneo había circulado ampliamente en China, y algunos obispos habían entendió la histórica carta de Benedicto como aliciente para unirse a la iglesia autorizada por el estado.
Hoy tenemos al papa Francisco. Naturalmente optimista sobre el comunismo, él ha sido animado a ser optimista acerca de los comunistas en China por los cínicos en torno a él que saben más.
La comisión para la Iglesia en China ya no se reúne, a pesar de que no ha sido disuelta. Los que venimos de la periferia, las líneas del frente, estamos siendo marginalizados.
Yo estaba entre los que aplaudieron la decisión de Francisco de nombrar a Pietro Parolin como secretario de Estado en 2013. Pero ahora creo que el Cardenal Parolin se preocupa menos por la Iglesia que por éxito diplomático. Su objetivo final es la restauración de las relaciones formales entre el Vaticano y Beijing.
Francisco quiere ir a China, todos los papas han querido ir a China, comenzando con Juan Pablo II. ¿Pero qué trajo a la Iglesia la visita de Francisco a Cuba en 2015? ¿Al pueblo cubano? Casi nada. ¿Y convirtió él a los hermanos Castro?
Los fieles en China están sufriendo y ahora están bajo una presión cada vez mayor. A principios de este año, el gobierno endureció las regulaciones sobre la práctica de la religión. Los sacerdotes en la clandestinidad en la parte continental me dicen que están desanimando a los feligreses de venir a Misa para evitar el arresto.
El propio Francisco ha dicho que aunque el reciente acuerdo —cuyos términos no han sido revelados— proporciona “un diálogo sobre posibles candidatos”, es el Papa quien “nombra” a los obispos. Pero, ¿de qué sirve tener la última palabra cuando China tendrá todas las palabras antes? En teoría del Papa podría vetar la nominación de cualquier obispo que parezca indigno. ¿Pero cuántas veces él puede hacer eso, de verdad?
Poco después de que se anunció el acuerdo, dos obispos chinos de la iglesia oficial fueron enviados a Ciudad del Vaticano para el sínodo, una reunión habitual de obispos de todo el mundo. ¿Quién los seleccionó? Ambos hombres se conocen ser cercanos al gobierno chino. Como he dicho, su presencia en la reunión fue un insulto a los buenos obispos de China.
Su presencia también plantea la dolorosa pregunta de si el Vaticano ahora legitimará los siete obispos oficiales que permanecen ilegítimos. El Papa ya ha levantado su excomunión, allanando el camino para que formalmente se les otorgue diócesis.
La iglesia oficial tiene unos 70 obispos; la Iglesia clandestina tiene solo unos 30. Las autoridades chinas dicen: Usted reconozca nuestros siete y nosotros reconoceremos sus 30. Eso suena como un buen intercambio. Pero, ¿entonces se permitirá que los 30 todavía sigan funcionando como obispos clandestinos? Seguramente no.
Se verán forzados a unirse a la llamada conferencia de obispos. Serán forzados a unirse a los otros en esa jaula de pájaros, y se convertirán en una minoría entre ellos. El trato del Vaticano, alcanzado en nombre de unificar la Iglesia en China, significa la aniquilación de la real Iglesia en China.
Si yo fuera un caricaturista dibujaría al Santo Padre de rodillas ofreciendo las llaves del reino del cielo al presidente Xi Jinping y diciendo: “Por favor, reconóceme como Papa”.
Y, sin embargo, a los obispos y sacerdotes clandestinos de China, solo les puedo decir esto: Por favor no empiecen una revolución. ¿Les quitan sus iglesias? ¿Ya no pueden oficiar? Vayan a casa, y oren con su familia. Labren la tierra. Esperen mejores tiempos. Vuelvan a las catacumbas. El comunismo no es eterno.
Hay que entender que la columna está escrita para un medio secular con audiencias bastante heterogéneas y el espacio no es lo bastante amplio como para entrar en detalles.
Cuando el card. Zen alude, sin nombrarlo, a “un joven italiano sin experiencia extranjera” que reemplazó en 2002 al card. Tomko como prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, evidentemente se refiere al card. Crescenzio Sepe, actualmente Arzobispo de Nápoles.
Cuando alude a un “secretario de estado en los 80 que había sido un defensor de la distensión con los gobiernos controlados por los soviéticos”, evidentemente está hablando del card. Agostino Casaroli, Secretario de Estado desde 1979 hasta 1990.
Vista la notoriedad del medio de comunicación que ha publicado la columna, es de inferir que en la Secretaría de Estado —a la cual le ha tocado la peor parte— ya habrán solicitado el derecho a réplica y/o al menos enviarán un carta para que se la publiquen en la sección del correo de los lectores.