Sunday, December 24, 2017

“Él hace gestos que no son casuales, no es un Papa espontáneo, es extremadamente calculador”, entrevista con Sandro Magister


Ya saben Uds. que dentro de pocos días Francisco viaja a Chile y Perú, y conforme se acerca la fecha en esos países va aumentando la información relacionada. El periódico La Tercera de Chile presenta hoy un artículo de doble página sobre lo que llaman “Visiones cruzadas sobre el Papa Francisco”, compuesto de una entrevista al vaticanista Andrea Tornielli y otra al vaticanista Sandro Magister. El artículo sirve bien a los católicos del común chilenos, aquellos que se limitan a ir Misa los Domingos pero no están al tanto de lo que de verdad está sucediendo con la Iglesia, toman hoy su copia del periódico más popular del país y encuentran que por allá lejos en Roma la cosa no es como la pintan con su próximo visitante.

No vamos a publicar la parte correspondiente a la entrevista de Tornielli, llena de edulcoradas expresiones hacia el Pontífice y en la que no niega nunca ser visitante habitual de la Domus Sanctæ Marthæ, nos concentraremos en la entrevista de Magister, porque en ella se amplía lo que Magister escribe hoy en su propia columna de la revista L'Espresso.

Tras casi cinco años de pontificado, podemos hablar de un Papa reformador. ¿Cuáles son los mayores cambios que ha impulsado?

Yo excluiría que este Pontificado pueda ser definido como revolucionario, porque ha sido más importante el método que los resultados que ha concretado Bergoglio. Los resultados son bastante modestos. Son eficaces desde el punto de vista de la imagen, en el sentido que es un pontificado que ha recuperado rápidamente una imagen positiva en la opinión pública mundial fuera de la Iglesia Católica. En cuanto al interior de la Iglesia, el elemento central de este pontificado es el proceso que puso en acción más que los resultados. Es un Papa al que le encanta decir que el tiempo es superior al espacio y, con ello, pretende decir que los procesos que se desarrollan en el tiempo son los que importan. Utiliza, además, una forma expresiva que caracteriza a su magisterio, la de no ser nunca claro, no ser nunca definitivo, sino abierto a las interpretaciones.

¿Por qué cree usted que ha optado por esa estrategia, es algo deseado?

Es una estrategia deseada, no es el fruto de su incapacidad sino que es algo que él quiere. Si no es claro no es porque no logra ser claro sino porque no quiere ser claro. Está convencido que la Iglesia es un cuerpo tan sólido que puede ser aggiornato solamente a través de este procedimiento.

¿Estos cambios de estilo cómo son vistos al interior de la Curia?

Al interior de la Curia todos notan la diferencia impresionante del Papa mientras está con la gente y cuando está solo y toma decisiones y tiene encuentros. Los dos son muy distintos. Siempre amigable y sonriente en público y muchas veces serio, duro, en privado.

Más similar entonces al cardenal Bergoglio de Buenos Aires

Sí, el Bergoglio argentino. Todos los que lo conocieron en Buenos Aires no tienen en la cabeza un Bergoglio popular. No era popular en Argentina.

¿Por qué cree que ha cambiado?

El tiene una habilidad extraordinaria. Es un hombre que tiene unas capacidades extraordinarias de trabajo y también tácticas. En efecto su imagen está completamente construida sobre el Bergoglio público. El hace gestos que no son casuales, no es un Papa espontáneo, es extremadamente calculador. Una de sus imágenes típicas es cuando sube al avión llevando una maleta negra. La maleta la toma en la bajada de la escalera y la entrega sobre la escalera. La tiene solo para subir la escalera. Es un Papa de una habilidad extraordinaria y sabe muy bien gobernar el funcionamiento de los medios. Aquí también hay un cambio total. En Argentina no daba entrevistas, era muy reservado, aquí da entrevistas a toneladas y a las personas más extrañas.

Pero hay un riesgo en eso.

Sí, hay un riesgo, pero es un riesgo calculado. El pone en la balanza los beneficios y lo que considera elementos negativos y considera que los beneficios son mayores.

Hay quienes también han asegurado que en su estilo hay un componente peronista. ¿Qué opina de eso?

El dato más interesante de este Pontificado es que tiene una visión política bastante clara, porque él la ha descrito en una serie de discursos que ha dado a los movimientos populares. Los movimientos populares son su criatura. Ya se han encontrado tres veces, dos en Roma y una en Bolivia y después hubo un encuentro regional en Estados Unidos y él, en todos esos casos, ha desarrollado una visión política que es típicamente populista, que presupone que en el pueblo hay una inocencia preliminar. El pueblo es el que él cree ver representado en estos movimientos reunidos en un modo aproximativo, pero que reflejan movimientos como los de Porto Alegre, de Seattle, todos antiglobalización, anticapitalistas, que están fuera de los sindicatos normales. El Papa ha apostado por estos grupos. Él hace esas denuncias contra la economía que mata, contra el poder financiero internacional, denuncias muy vagas que logran un consenso fácil. Es algo que no tiene nada que ver con la doctrina social clásica, pero que hace referencia a un cierto peronismo argentino.

Hace algunas semanas, el cardenal Gerhard L. Muller habló de un peligro de cisma en la Iglesia Católica. ¿Cree que existe ese riesgo?

Están relativamente aislados los grupos que se manifiestan contra el Papa sobre este punto, pero son el indicio de una molestia que es mucho más amplia y que de nuevo tiene que ver con el método con el que él introduce una novedad. Una novedad como la comunión a los divorciados vueltos a casar, la introdujo con el sistema de pequeños pasos ambiguos que es su estilo. (En Amoris Laetitia) hizo solo alusiones que fueron interpretadas por los innovadores en términos abiertos y en términos conservadores por los otros, porque se prestaban para ambas interpretaciones aunque todos saben que la intención del Papa es abrir y no cerrar. Todo esto pone en acción algo que antes no existía y que es que hoy en la Iglesia Católica cada uno hace lo que quiere y el Papa Francisco está convencido de que así las novedades entran.

¿Pero cuál es el verdadero Francisco?


La siguiente es la versión en español de la columna de Sandro Magister, originalmente publicada en italiano en la revista L'Espresso, Dic-24-2017 (con algunas adaptaciones).

¿PERO CUÁL ES EL VERDADERO FRANCISCO?

Los gestos del pontífice lo acreditan como “permisivo”. Sus pronunciamientos doctrinales, sin embargo, defienden la tradición

SANDRO MAGISTER

En una ocasión, en una visita a Turín, dijo a una platea de jóvenes: "Sed castos, sed castos". Y luego se disculpó: "Perdonad si os digo algo que no os esperabais".

El Papa Francisco es también esto, es decir, un papa que a veces vuelve a lo antiguo y repite los preceptos de la Iglesia de siempre. Como no abortar. O, como dijo a los mismos jóvenes de Turín: no "matéis a los niños antes de que nazcan".

La prensa importante minimiza o calla cuando Francisco se separa de su imagen dominante, la de pontífice permisivo en principios que, hasta hace poco, la Iglesia definía "no negociables".

Y, sin embargo, son demasiadas, al menos un centenar, las veces en las que se ha separado de esta imagen, también en circunstancias solemnes como, por ejemplo, en Estrasburgo, ante el parlamento europeo, cuando condenó la lógica del "descarte", la que elimina todas las vidas humanas que ya no son funcionales, "como los enfermos, los enfermos terminales, los ancianos abandonados y que no reciben atención". Es lo que él suele definir como "eutanasia escondida".

Pero fue como si no lo hubiera dicho. Su discurso en Estrasburgo fue recibido con aplausos atronadores en todo el hemiciclo. Luego, fue tranquilamente archivado.

Sucedió lo mismo a mediados de noviembre, cuando Francisco utilizó una advertencia de Pío XII para ratificar la condena de la eutanasia, también aquí con los medios de comunicación que, en cambio, interpretaron sus palabras como una "apertura".

Una semana después, en dos homilías consecutivas en Santa Marta, el Papa atacó "la colonización ideológica" que pretende borrar la diferencia entre los sexos. Hace un año, mientras estaba en Georgia, incluso la tachó de "guerra mundial para destruir el matrimonio".

También estos reiterados arrebatos resbalaron como agua sobre mármol, ignorados.

La prensa tendrá sus culpas, pero es verdaderamente paradójico que esto le suceda a un papa como Jorge Mario Bergoglio, cuyo dominio de los medios de comunicación es considerado insuperable. A menos que supongamos que él es el primero en desear que estas intervenciones suyas no tengan repercusión y, sobre todo, que no menoscaben su fama de pontífice que va al paso con el tiempo.

Un hecho es cierto: el épico choque frontal entre Juan Pablo II y la modernidad, o entre Benedicto XVI y la "dictadura del relativismo", es algo que el Papa Francisco no quiere de ninguna manera renovar. Le satisface que su pontificato sea leído a la luz tranquilizadora del "¿quién soy yo para juzgar?" y que, en consecuencia, cada palabra que diga o escriba sobre estos temas que dividen no sea tomada por definitiva y definitoria, sino que se ofrezca inerme, modelable, al arbitrio de cada persona.

Para obtener este resultado es de gran ayuda, también, su habilidad para realizar gestos de impacto mediático, incomparablemente más fuertes que las palabras.

Cuando hace dos años, al término de su visita a los Estados Unidos, concedió una audiencia muy afectuosa a un amigo suyo argentino, Yayo Grassi, acompañado por su "cónyuge" indonesio Iwan Bagus, este hecho fue suficiente para consagrar la imagen de un Francisco abierto a los matrimonios homosexuales, a pesar de cada palabra que había pronunciado en sentido contrario.

Y, viceversa, cuando multitudes imponentes, católicas o no, bajan a la calle en defensa del matrimonio entre un hombre y una mujer y en contra de las teorías de género, como sucedió en París con la "Manif pour tous" o en Roma con el "Family Day", el Papa evita cuidadosamente apoyarlas. Tampoco protesta por las victoria del frente adverso. Cuando en mayo de 2015, en Irlanda ganó el "sí" al matrimonio homosexual, Francisco dejó que fuera el cardenal Pietro Parolin, el secretario de estado, quien definiera este resultado como "una derrota de la humanidad" y, por lo tanto, que fuera él quien cargara con las inevitables acusaciones de oscurantismo.

En resumen, allí donde la batalla política y cultural en favor o en contra de la afirmación de los nuevos derechos es más intensa, el Papa Francisco calla. Y habla, en cambio, lejos del campo de batalla, en los lugares y en los momentos más al amparo del asalto.

Es su modo de preservar la doctrina tradicional de la Iglesia, como si de un refugio antiaéreo se tratase.