Tuesday, May 23, 2017

The Wall Street Journal: Francisco y Trump, más parecidos de los que se cree


Con ocasión de la audiencia concedida por Francisco al presidente de EEUU, Donald Trump, mañana en el Vaticano, se leen muchas opiniones. Traducimos apartes de una columna de opinión firmada por William McGurn en la edición para Estados Unidos de The Wall Street Journal (hay para Asia y para Europa), May-23-2017, página A17 (en la imágen, click para amppliar).

La ironía aquí es que el Papa Francisco y el Presidente Trump son más parecidos de lo que comúnmente se supone. La similitud comienza con lo insultantes que pueden ser ambos con las personas con las que no están de acuerdo.

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El mismo hombre que famosamente dijo quién-soy-yo-para-juzgar no tuvo ningún problema —en lo grueso de una elección presidencial en Estados Unidos— en anatematizar a cualquiera que incluso pensara en construir un muro fronterizo como “no cristiano”. Apenas un año después, justo cuando se posesionaba el señor Trump, el Papa estaba volvía, diciendo que no le gustaba “juzgar prematuramente a las personas”, incluso cuando invocaba a Hitler como una advertencia sobre el peligro de elegir líderes populistas.

El señor Trump no es el único que siente el aguijón papal. Manifiestamente, el Papa Francisco considera buena parte de su propio rebaño como deplorable. Ya sea que esté advirtiendo a las mujeres católicas a que no “se reproduzcan como conejos” o sugiriendo que cualquier persona que no esté de acuerdo con él debe sufrir algún defecto psicológico, hay algo distintivamente Trumpiano en la manera en que el Papa Francisco habla de sus críticos.

Con todo esto, la inclinación por los insultos no es tan desalentadora como otra de las características comunes Francisco-Trump que no recibe casi ninguna atención: la mentalidad cero en común que cada uno trae al debate sobre el comercio y una economía global liberalizada.

El Sr. Trump se opone a acuerdos comerciales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte porque ayuda a mexicanos y otros extranjeros a expensas de los estadounidenses. Mucho antes de que él llegara a la Oficina Oval, hizo campaña sobre la idea de que las compañías de los EEUU eran antipatrióticas si relocalizaban fábricas en ultramar. En esta estrecha visión, fuera que trabajen en estas fábricas en su tierra natal o vengan aquí para encontrar trabajo, los mexicanos no son más que ladrones de trabajo.

Por desgracia, el Papa es el otro lado de la misma moneda materialista. Él trata el comercio de Norteamérica como la última forma del imperialismo yanqui en lugar de la inversión liberadora que los latinoamericanos comunes necesitan tan desesperadamente. No revela la menor comprensión de la diferencia entre un auténtico libre mercado—en el cual un chico con una buena idea puede desafiar el statu quo del negocio— y la variedad de compinches que predomina en su nativa Argentina y gran parte de su continente natal.

Es típica la protesta del Papa contra el “ávido” o “desenfrenado” capitalismo, una abstracción que no existe en ningún lugar de este planeta. También es típica esta línea en la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, en la cual él critica un mundo donde “no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa”.

Pregunta difícil para Su Santidad: ¿No es ésta una perfecta descripción del silencio sobre la tragedia humana que es la Venezuela de hoy, una vez una nación rica, cuyo pueblo ahora está reducido a recoger de los basureros para evitar la inanición? El Papa se queja de “una economía que mata”, pero no es el Hong Kong del mercado libre donde los ciudadanos son asesinados por su economía. Es la Venezuela socialista.

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La baja visión del señor Trump sobre el trabajo latinoamericano está emparejada por la cruda y materialista comprensión del capital y del capitalismo norteamericanos por parte del Papa. Nunca se le ocurre al Papa Francisco que una de las razones por las que las economías supuestamente basadas en la codicia hacen más bien a los pobres que los rivales socialistas o de “la tercera vía” que en un sistema de intercambio voluntario, la competencia significa que para tener éxito las empresas deben complacer a sus clientes.

Nadie jamás confundiría la Regla de Oro con la ruptura de barreras que impiden a las personas intercambiar voluntariamente sus bienes y servicios a través de las fronteras. Pero para que los pobres que luchan por construir un futuro de esperanza, dignidad y posibilidad para sus familias, los dos no están tan separados como se pensaba. La verdadera tragedia de la reunión del Miércoles en el Vaticano es que ni el presidente ni el papa están en condiciones de dejar que el otro entre.