El Papa contra la Curia, aclamado por el pueblo
Esta es una versión en español de la columna de Sandro Magister originalmente publicada hoy en la revista L'Espresso. El título que le dan en español difiere del que le dan en la edición impresa, que es algo así como “El Papa contra la Curia, aclamado por el pueblo”, título al que nos hemos ceñido.
Un solo hombre al mando, ante el aplauso de la multitud
Sandro Magister
Popularidad y soledad son las dos caras del pontificado actual, contradictorias sólo en apariencia.
Una enésima prueba de la popularidad del Papa Francisco ha sido su visita, el 17 de febrero, a la universidad de Roma Tre, ante la exultación de docentes y estudiantes (ver foto), una espectacular revancha a la prohibición que impidió, en 2008, que Benedicto XVI entrara y hablara en la otra universidad de Roma, la más noble y antigua, la Sapienza [Sabiduría], por ser culpable de querer introducir a Dios y la fe en el templo inviolable de la diosa razón.
En la universidad Roma Tre Francisco ha hablado, y mucho, en un discurso improvisado, interrumpido por decenas de aplausos. Ha hablado de diálogo y de multiculturalidad, de migraciones y de paro juvenil, con todo lo que, según él, deriva de todo ello: "Dicen que las verdaderas estadísticas de los suicidios juveniles no las publican; se publica algo, pero las verdaderas no".
Pero en 45 minutos de discurso ni una sola vez ha pronunciado las palabras Dios, Jesús, Iglesia, fe, cristianismo.
Es la misma neutralidad que Francisco adopta cuando expone a los "movimientos populares" su visión política altermundalista y anti-globalización. Porque es en el pueblo –"una categoría mística", lo define– donde ve la génesis del rescate. Y es al pueblo, cristiano o no, al que el Papa apela cuando denuncia las fechorías de los mercados mundiales, de la economía que mata, de los poderes anónimos que se nutren de la guerra, como también de las anticuadas, esclerotizadas e inmisericordes instituciones eclesiásticas.
Pero su popularidad, de hecho, es la de un Papa que se aísla de las instituciones para poder criticarlas mejor, ante la aclamación del pueblo. No es casualidad que elogie el populismo latinoamericano, como ha hecho en una reciente entrevista a "El País"; él, que de joven fue peronista.
En el Vaticano se aloja en la Casa Santa Marta, que es un hotel, precisamente para alejarse lo más posible de esa curia que no ha amado nunca y que tiene muy pocas ganas de reformar estructuralmente.
Prefiere elegir personalmente a sus colaboradores más cercanos. Uno lo ha traído de la universidad católica de Buenos Aires: Víctor Manuel Fernández, su teólogo predilecto. Otro lo ha elegido de la "Civiltà Cattolica": el jesuita Antonio Spadaro. Por no decir de los monseñores Konrad Krajewski, Fabián Pedacchio Leaniz, Battista Ricca y Marcelo Sánchez Sorondo: el primero es su "limosnero" y el segundo su secretario personal.
Cada uno, sin embargo, se ocupa de una pequeña parte de la mole de actividad del Papa y ninguno de ellos conoce el conjunto de la misma. Jorge Mario Bergoglio siempre ha tenido su propia agenda personal, que sólo él compila y consulta.
Cuando funciona, la curia no obstaculiza a los Papas, los ayuda. Modera los poderes absolutos con un "check and balance" análogo al de las democracias modernas.
La congregación para la doctrina de la fe, en particular, debería garantizar que todos los actos del magisterios sean perfectos, previamente controlados palabra por palabra. Es cuanto sucedía entre Juan Pablo II y el entonces prefecto de la congregación, Joseph Ratzinger.
Pero con Francisco este equilibrio ha desaparecido.
Es cada vez más frecuente que el Papa actual no pronuncie los discursos escritos y prefiera improvisar. Y cuando tiene que escribir una encíclica o una exhortación también va por libre, con la ayuda de sus escritores fantasmas Fernández y Spadaro, montando a su gusto los materiales que le ponen a disposición.
Después envía el borrador, como establece la costumbre, a la congregación para la doctrina de la fe y ésta se lo reenvía con decenas, e incluso cientos, de anotaciones que él, sistemáticamente, ignora.
Sucedió así con "Evangelii gaudium", el documento programático del pontificado, y con "Amoris laetitia", la exhortación sobre el matrimonio y el divorcio que está dividiendo a la Iglesia a causa de las interpretaciones opuestas que ha suscitado.
Para descubrir, después, que párrafos enteros de "Amoris laetitia" habían sido copiados de artículos escritos diez o veinte años antes por Fernández, al que Francisco no le ha revocado mínimamente la confianza.
Más bien al contrario. Fernández es el crítico más feroz del cardenal Gerhard L. Müller, el ya superfluo prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, al que le imputa la inaudita pretensión de querer "controlar" la teología del Papa.