Thursday, May 18, 2017

Titular bergogliano: Despiadado ataque de Benedicto XVI a Francisco

Desde hace ya tiempo hemos llegado al punto que no se permite ningún género de discrepancia o diferencia de punto de vista con Francisco, mucho menos críticas, todo es tomado por los bergoglianos como un ataque, casi indefectiblemente siempre que ello ocurre estos bergoglianos emergen con toda suerte de violencia moral para acallar las voces que consideren incomodas, nadie se salva. Y presumiblemente ello es lo que podría producirse de nuevo con un ensayo que ha escrito Benedicto XVI sobre el libro “La Fuerza del Silencio”, del card. Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, publicado ayer por First Things.



Lo que para los bergoglianos podría resultar incomodo es un elogio del Card. Sarah que hace Benedicto en su ensayo: “Con el Cardenal Sarah, maestro del silencio y de la oración interior, la liturgia está en buenas manos”. ¿Y por qué podría serlo?, porque en los tiempos recientes, como hemos dicho, el card. Sarah está resultando incomodo para Francisco, al punto de ser sitiado, ignorado por el Pontífice en la conformación de la comisión por él creada “para relajar las reglas de traducción de los textos litúrgicos”, y finalmente a punto de ser “renunciado”, según se cree, para poner en su lugar al actual N° 2, Mons. Arthur Roche, porque la verdadera meta de Francisco sería la de “reformar la Misa de tal modo que se pueda celebrar junto a cristianos de otras confesiones”.

Por las razones expuestas, caería muy mal a los bergoglianos que después del esfuerzo que se ha hecho para bajarle el perfil al Card. Sarah, desprestigiarlo y aislarlo, venga ahora el Papa emérito a elogiarlo. Veremos cómo lo afrontan en los venideros días.

A continuación la traducción al español del texto completo del aludido ensayo de Benedicto XVI, en una traducción de Asociación Litúrgica Magnificat.

Con el Cardenal Sarah, la liturgia está en buenas manos

Benedicto XVI

Desde que leí las cartas de San Ignacio de Antioquía por primera vez, hacia 1950, hay un pasaje que me impresionó especialmente: “Es mejor guardar silencio y [ser cristiano], que hablar y no serlo. Enseñar es una obra excelente, supuesto que quien habla practique lo que enseña. Hay un Maestro que habló y obró lo que dijo. Y aun lo que obró en silencio es digno del Padre. Quien en verdad ha hecho suyas las palabras de Jesús puede, también, oír su silencio, y llegar a ser perfecto, y obrar mediante sus palabras y ser conocido mediante su silencio” (15, 1f). ¿Qué significa oír el silencio de Jesús y conocerlo a través de su silencio? Sabemos por los Evangelios que a menudo Jesús pasó las noches en soledad, “en el monte”, orando, conversando con su Padre. Sabemos que su hablar, que sus palabras vienen del silencio y sólo ahí pueden madurar. Por ello es razonable que su palabra sólo puede ser comprendida si, nosotros también, entramos en su silencio y aprendemos a oírlas de su silencio.

Ciertamente, para interpretar las palabras de Jesús hace falta un conocimiento histórico, que nos enseña a comprender su tiempo y el lenguaje de su tiempo. Pero eso solo no es suficiente si hemos de comprender en profundidad el mensaje del Señor. Quien lee hoy los comentarios, cada vez más abultados, de los Evangelios, al cabo se desilusionará. Porque aprenderá muchas cosas que son útiles acerca de aquellos tiempos y una cantidad de hipótesis que, en último término, no contribuyen en absolutamente nada a la comprensión del texto. Al final, se tiene la sensación de que, en todo exceso de palabras, hay algo que falta: entrar en el silencio de Jesús, del cual brota su propia palabra. Si no podemos entrar en ese silencio, oiremos siempre sólo la superficie de la palabra, y no la comprenderemos realmente.

Todos estos pensamientos me vinieron al espíritu mientras leía el nuevo libro del Cardenal Sarah, quien nos enseña el silencio: estar en silencio con Jesús, en verdadera quietud interior, enseñándonos de este modo a captar nuevamente la palabra del Señor. Por cierto, apenas habla sobre sí mismo, pero aquí y allá hay destellos de su vida interior. Su respuesta a la pregunta de Nicolas Diat “¿Ha pensado a veces en su vida que las palabras se estaban volviendo obstáculos, demasiado pesadas, demasiado ruidosas?”, es la siguiente: “En mi oración y en mi vida interior siempre he sentido la necesidad de un silencio mayor, más profundo... Los días de soledad, de silencio y de ayuno total han sido un enorme apoyo. Han sido una gracia extraordinaria, una lenta purificación, y un encuentro personal con… Dios… Los días de soledad, silencio y ayuno, alimentados solamente por la Palabra de Dios, permiten al hombre fundar su vida en lo esencial”. Estas líneas hacen visible el manantial del cual vive el Cardenal y que da fuerza interior a su palabra. Desde esa perspectiva puede, entonces, ver los peligros que amenazan continuamente a la vida espiritual, también la de los obispos y sacerdotes, y que ponen además en riesgo a la propia Iglesia, en la que no es infrecuente que la Palabra sea reemplazada por una verbosidad que diluye la grandeza de la Palabra. Quisiera citar sólo una frase que puede servir de examen de conciencia para cualquier obispo: “Puede ocurrir que un sacerdote bueno y piadoso, una vez elevado a la dignidad episcopal, cae rápidamente en la mediocridad y en la preocupación por el éxito mundano. Abrumado por el peso de los deberes que le corresponden, preocupado por su poder, su autoridad y por las necesidades materiales de su cargo, rápidamente pierde su vigor”.

El Cardenal Sarah es un maestro espiritual, que habla desde la profundidad del silencio con el Señor, desde su unión interior con Él, y por eso tiene en verdad algo que decirnos a cada uno de nosotros.

Debiéramos agradecer al Papa Francisco por nombrar a tal maestro espiritual como cabeza de la congregación responsable por la celebración de la liturgia en la Iglesia. También en la liturgia ocurre, como en el caso de la interpretación de la Sagrada Escritura, que hacen falta conocimientos especializados. Pero también es cierto que, en la liturgia, la especialización puede errar el punto esencial a menos que esté fundada en una unión interior profunda con la Iglesia orante, que una y otra vez aprende de nuevo del Señor mismo qué es adorar. Con el Cardenal Sarah, maestro del silencio y de la oración interior, la liturgia está en buenas manos.