Al vaticanista Francesco Peloso se le lee habitualmente en un medio tipicamente bergogliano, Vatican Insider, es decir, un medio en el cual la información se presenta favorable a la imágen de Francisco. Destacamos este aspecto porque el artículo que presentaremos, firmado por el periodista aludido, no encaja dentro de esa lógica; tal vez es por ello que fue publicado en un medio diferente al aludido. Y no sabemos si a partir de ahora los servicios del Sr. Peloso ya no vayan a ser más requeridos por el bergogliano medio de comunicación. Dicho más directamente: Si a Peloso lo veten porque no encaja en la línea editorial.
Artículo de Francesco Peloso en Linkiesta, Jun-29-2016.
Miedo y delirio en el Vaticano: Así Francisco está desechando a los cardenales
Bergoglio, con una estrategia sutilmente pérfida, está vaciando desde dentro el poder de los “ministros” vaticanos. Y confía las decisiones a organismos y personas diferentes que disfrutan de las fusiones, cortes y nuevos nombramientos
por Francesco Peloso
Hubo un tiempo no lejano en el cual un jefe de dicasterio vaticano era realmente una potencia: cuando hablaba las agencias de prensa corrían a recoger las palabras, astutamente centelleantes, para después relanzarlas rápidamente en el orbe mediático. No raramente tal cardenal o cual obispo, representaban en los medios de comunicación italianos y a veces internacionales, la voz del Vaticano, si hablaba de uniones civiles o células madre, de relaciones ecuménicas, hospitales, códigos éticos, migrantes o secretos de Fátima. A veces era un poco como si se hubiera expresado el Papa, a veces era “la Iglesia” que tronaba.
Dividido por materia, los Consejos Pontificios —ministerios de rango inferior— y las congregaciones —los ministerios clave— dictaban la línea del Vaticano sobre cuestiones dispares. Pero ese tiempo ha terminado, también porque el mismo Francisco ha explicado que el Pontífice no debe forzosamente la suya sobre todos los temas y problemas; basta regresar a las lapidarias palabras pronunciadas en blanco y negro por el Papa, pocos meses después de su elección, en la Exhortación Evangeli gaudium: “Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización»”. Desde que la “descentralización saludable” —entendida como una mayor autonomía de los obispos y de las iglesias locales sobre una variedad cada vez más amplia de temas— ha comenzado en serio, en los palacios romanos del otro lado del Tíber comenzó una especie de lenta decadencia. El cardenal curial está como perdido, ya no sabe qué hacer, qué pasos dar en la avalancha de entrevistas papales, homilías de Santa Marta, motu proprio siempre de Francisco. Para lo demás de la escena es robada por otros protagonistas, pero vamos en orden.
La estrategia de Francisco ha sido a su modo sutilmente pérfida: sabiendo bien que no puede ponerse en contra de un aparato antiguo y macizo, capaz de digerir cualquier revolución, el Papa ha decidido vaciarlo con la técnica de la gota china, un día a la vez, una pieza tras otra. En este camino naturalmente ha encontrado consenso y disenso, cardenales y monseñores que lo apoyan y otros que no lo ven con buenos ojos, pero esta es la suerte de toda reforma institucional que se respete.
De hecho, sin embargo, las palabras una vez bien pesantes del cardenal Antonio María Vegliò sobre los migrantes (que despertó la grita Lega), las advertencias del Prefecto de la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Müller, sobre las parejas homosexuales (capaz de sacudir los debates parlamentarios), o de la Pontificia Academia para la vida sobre el último descubrimiento de laboratorio en materia de células estaminales embrionarias, ya no desatan más la misma atención. A veces, el reflejo condicionado todavía funciona, pero cada vez menos. Hay quien siguió cultivando su propio jardín, como el cardenal Gianfranco Ravasi, el hombre-puente —hasta hace casi un año— entre el mundo de la otra cultura y de la Iglesia. Inventor del “patio de los gentiles”, es decir, de un espacio en el cual la laicicidad y la fe podían conversar buscando puntos de encuentro, su iniciativa parece haberse convertido de repente en un poco obsoleta, antigua, casi nostálgica, mientras que un centenar de juristas, magistrados líderes de organizaciones sociales irrumpe en el Vaticano para debatir con el Papa sobre temas tales como la trata de personas, el tráfico de drogas, el trabajo forzado, la prostitución, el valor rehabilitativo de la pena, y así sucesivamente. Se trata de ámbitos diferentes, por supuesto, y sin embargo, el contraste causa cierta impresión.
Por no hablar del arzobispo Zygmunt Zimowski, jefe del pontificio consejo para los operadores sanitarios, una especie de ministerio de salud. El dicasterio que nació en 1985 gracias al cardenal Fiorenzo Angelini, que murió en 2014, apodado como “su sanidad” y considerado potentísimo en los ambientes sanitarios y farmacéuticos italianos, era parte del círculo íntimo de amigos de Giulio Andreotti. Los numerosos escándalos financieros vinculados a las estructuras hospitalarias católicas, han llevado al Papa y al Secretario de Estado Pietro Parolin dar a luz una comisión especial vaticana que deberá verificar el estado de salud de todas las estructuras sanitarias de la Iglesia en el mundo, comenzando por las italianas. Lo que es cierto es que el dicasterio de Zimowski está destinado a desaparecer y su fin cerrará otra página más en la historia italiana de la postguerra. El que se defiende mejor por ahora parece ser monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, que de hecho coordina —en parte— las iniciativas y las peregrinaciones del Jubileo extraordinario de la misericordia.
Se procede, mientras tanto, con varias fusiones que sin embargo deben gestionarse con precisión quirúrgica por el Papa y sus colaboradores, porque reducir la burocracia y los entes dobles significa reducir el personal, y este también es el gran temor que recorre los sacros palacios. De hecho Francisco ha creado una especie de consejo de ministros —el C9— al interior del cual han encontrado puesto los cardenales que, con Bergoglio, deben proyectar la nueva Curia romana. Así un poco a la vez, han surgido, la Secretaría para la economía (presidida por el cardenal George Pell, australiano), el Consejo para la economía (cardenal Reinhard Marx, alemán), el Pontificio consejo para la tutela de la Infancia (cardenal Sean Patrick O'Malley, americano, aquí se afronta el escándalo de la pedofilia), la Secretaría para la comunicación (cuyo papel es el de armonizar y modernizar los diversos medios de comunicación del Vaticano; es dirigida por monseñor Darío Edoardo Viganò).
Ahora, apenas ha nacido otro nuevo dicasterio «para los laicos, la familia y la vida», que cancela dos pontificios consejos (vida y la familia, dirigidos respectivamente por el cardenal Stanislaw Rylko y por monseñor Vincenzo Paglia) y reduce a un órgano secundario la Pontificia academia para la vida guiada todavía por monseñor Ignacio Carrasco de Paula, del Opus Dei. A las puertas, por último, está la creación de otro superministerio, particularmente importante en la visión de Francisco, y se entiende ya desde el nombre: “Caridad, Justicia y Paz” (integrará las actuales competencias de Justicia y Paz, Cor Unum, Operadores sanitarios, Migrantes e itinerantes). Para comprender el sentido de las operaciones téngase en cuenta, por ejemplo, que un organismo como Cor Unum, cuyo trabajo consiste en coordinar las diversas iniciativas eclesiales de caridad en el mundo, por ejemplo, está superado por un peso pesado de la solidaridad católica como “Caritas Internationalis”, hoy en día no casualmente puesto bajo la guía de un bergogliano doc el cardenal arzobispo de Manila, Luis Antonio Tagle, ya dado entre los próximos papables.