Sunday, April 17, 2016

Sobre Amoris Lætitia: Francisco no recuerda haber puesto allí esa cafetera. En cualquier caso hay que recurrir a las explicaciones de los “colaboradores”


Para saber a qué cafetera nos referimos y qué se debe entender por “colaboradores”, favor ir a esta entrada previa.

De la versión que ofrece COPE, vamos a adaptar algunas de las respuestas que ofreció Francisco a los periodistas en el vuelo que lo regresó a Roma después de su viaje a la isla griega de Lesbos, Abr-16-2016.

(Francis Rocca, Wall Street Journal)

Quisiera hacer una pregunta sobre la exhortación apostólica Amoris laetitia: como usted bien sabe, ha habido muchas discusiones sobre uno de los puntos. Algunos sostienen que no ha cambiado nada respecto a la disciplina que gobierna sobre el acceso a los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar; otros sostienen que ha cambiado mucho y que hay nuevas aperturas y posibilidades. La pregunta es: ¿Hay nuevas posibilidades concretas que no existían antes de la publicación de la exhortación, o no?

(Francisco)

Yo puedo decir sí. Punto. Pero sería una respuesta demasiado pequeña. Yo os recomiendo a todos vosotros que leáis la presentación que hizo el cardenal Schönborn, que es un gran teólogo (fue secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe y conoce bien la doctrina de la Iglesia): en dicha presentación, encontrará la respuesta a su pregunta.

(Jean-Marie Guénois, Le Figaro)

¿Por qué puso en la famosa nota el problema de los divorciados que se vuelven a casar? En la nota 351. [El Papa exclama: “¡Uy, qué memoria!”] La pregunta es: ¿por qué una cosa tan importante en una pequeña nota? ¿Usted ha prevenido así la oposición o ha querido decir que este punto no era tan importante?

(Francisco)

Mire, uno de los últimos papas, hablando sobre el Concilio, Escuche, uno de los últimos Papas, hablando sobre el Concilio, dijo que había dos concilios: el Vaticano II, que se hacía en la Basílica de San Pedro, y otro que era el de los medios de comunicación. Cuando convoqué al primer Sínodo, la gran preocupación de la mayor parte de los medios era: “¿Aaah, podrán comulgar los divorciados que se han vuelto a casar?” Como yo no soy santo, esto me dio un poco de fastidio y un poco de tristeza. Porque yo pienso que esos medios no se dan cuenta de que no es ese el problema importante. No se dan cuenta de que la familia en todo el mundo está en crisis -¡y la familia es la base de la sociedad!-, no se dan cuenta de que los jóvenes ya no quieren casarse, no se dan cuenta de que la caída de la natalidad en Europa que es para llorar, no se dan cuenta de que la falta de trabajo hace que los padres tengan dos trabajos y los niños crezcan solos y no puedan crecer dialogando con el papá y la mamá… Estos son los grandes problemas. Yo no recuerdo esa nota. Pero, seguramente, si está en una nota es porque se trata de una cita de la Evangelii gaudium. Seguro. No recuerdo el número, pero seguro que es eso.


Actualización Abr-22-2016: Observamos hoy en L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, Abr-22-2016, págs. 12 y 13, una versión del diálogo que Francisco mantuvo con los periodistas en el vuelo de Lesbos a Roma. Curiosamente en esa versión se obvia el hecho de tener que traducir las preguntas de cada uno de los periodistas. Por otra parte, en el sitio de internet del Vaticano aparece otra versión en español, en la cual sí se reproducen los cuestionamientos.

Sobre el divorcio eran los fariseos los que decidían “caso por caso”


Artículo de La Nouva Bussola Quotidiana, Abr-11-2016. Traducción de Secretum Meum Mihi.

Sobre el divorcio eran los fariseos los que decidían “caso por caso”

por Francesco Agnoli
02-11-2015


Se lee a menudo, en estos tiempos, que entre los defensores de la indisolubilidad del matrimonio habría muchos fariseos, los cuales elijen una posición “rigorista” porque, privados de misericordia, les gustaría afirmar así su superioridad moral sobre el prójimo, cerrándole así la puerta. Una Iglesia “abierta” sería entonces una iglesia que rechaza el legalismo farisaico y establece una nueva visión de la misericordia y, en el caso del matrimonio, de la fidelidad y del adulterio.

Ciertamente hay, entre los que se profesan ser defensores de la verdad, fariseos. La verdad puede, de hecho, convertirse en un ídolo, y una porra para usar contra los otros. No lo es cuando el que lo afirma, lo hace con amor, en primer lugar para sí mismo, y convencido que debe ser testimoniada y anunciada, con humildad, por el bien de todos (ni como un privilegio, ni como motivo de orgullo). Pero aparte de juicios, a menudo temerarios, sobre los motivos que movieron a muchos padres sinodales para mantener la doctrina tradicional respecto a la tesis de parte de los episcopados de Europa del Norte, es interesante ir al Evangelio, y realmente observar el comportamiento de los fariseos.

¿Los encontramos intentando defender la indisolubilidad del matrimonio, muy claramente anunciada por Cristo, en el nombre de la ley? No, sucede todo lo contrario. Los fariseos son justo los opositores de la doctrina matrimonial evangélica. Son ellos los que se acercan a Jesús y tratan de empañar su claridad, preguntando «si se es lícito repudiar la propia mujer por cualquier cosa?» (Mateo 19,3). Por la ley de Moisés, de hecho, era concedido al hombre el líbelo de repudio, es decir, el divorcio y la relativa posibilidad de volver a casarse. Jesús no entra en la casuística rabínica, no se pierde en cada caso singular, él que sin duda los tiene presentes, en su misericordia, pero recuerda que «en el principio no era así»; que Moisés «a causa de vuestra dureza de corazón les concedió el repudiar vuestras esposas», y que el plan original de Dios es que los esposos sean «una sola carne».

«Lo que Dios unió», afirma Jesús, sabiendo que su palabra resultará dura y difícil de entender, «el hombre no lo separe». Se archiva así la ley de Moisés, que había generado una gran casuística (abriendo al discernimiento de los rabinos sobre cuál fuese la lista de posibles causas de repudio), y viene enunciada la nueva ley del amor. »Terminada la lección a los fariseos», escribe Giuseppe Ricciotti, en su Vida de Jesús, «los discípulos vuelven de nuevo sobre el doloroso tema de la mujer, interrogando a Jesús en privado en casa». Sí, la indisolubilidad no gusta mucho a ninguno, pero Jesús no encuentra palabras diferentes, menos claras, más acomodadas, para evitar que alguien exclame: «Si tal es el modo y la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse».

Si todo esto es cierto, para un católico sólo queda una posibilidad: reconocer que el adulterio y la casuística, amada por los fariseos, no tienen cabida en la visión evangélica, de la cual la doctrina tradicional es simple transcripción, porque pertenecen al ámbito de la ley, sobre la que los fariseos siempre se han aprovechado para atacar a Jesús. La única ley de Cristo, sin embargo, es el amor, tal como Dios lo quiso desde el principio. Este amor, aquí está el escándalo, para todos, incluso para los discípulos, también contempla la presencia de la cruz: y es por esto que al mundo y a muchos hombres de Iglesia la “buena nueva” parece demasiado dura, y les gustaría introducir la excepción, la casuística, en una religión en la que Dios va hasta el fondo, con su fidelidad y su amor, hasta ser acusado de violar la ley de Moisés; hasta ser crucificado, porque dice cosas incomprensibles, y no quiere ablandarlas.

Cristo manifiesta así su misericordia: no viniendo al encuentro de las pretensiones de los fariseos, ni a las de los apóstoles (algunos de los cuales, casados, no están contentos de ver revocada la tradicional posibilidad del repudio), sean las que sean, ni a los ajustes que disminuirían el número de sus enemigos, sino dando todo su corazón a la humanidad (misericordia, se deriva de miseris cor dare: dar el corazón a los miserables): para que los hombres aprendan a dar el suyo a sus seres queridos, a sus hijos, a su esposa , a sus amigos. Si los cristianos anuncian la posibilidad de un amor así, anuncian no la ley, sino el amor de Cristo.

Y para aquellos que repiten que el amor indisoluble es un anuncio no realista, en el Occidente actual, se puede recordar, en primer lugar, que no parecía realista incluso hace dos mil años, cuando el divorcio y el repudio, en el Imperio Romano, eran la normalidad, y en segundo lugar, que Cristo no es Maquiavelo: no vino a explicar la “realidad efectual”, ni para recordarnos cuánto el hombre es débil y frágil (a ello llegamos por sí mismos), sino para indicar las alturas de la santidad, el camino de la felicidad. Él vino a decirnos: «Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5,48): ¿volaba demasiado alto incluso él? Todo anuncio que no recuerde al hombre esta filiación con Dios, esta posibilidad de grandeza y de amor total, es un anuncio humano, demasiado humano; no es la “buena nueva”.