Lo que ahora vienen a querer hacernos creer es que Francisco efectivamente y en el más estricto sentido, misericordió al card. Raymond Leo Burke al nombrarlo en un cargo netamente honorífico (Patrono de la Soberana Orden Militar de Malta) y removerlo como Prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica; porque lo que correspondía, para algunos curiales que instigaron, era la perdida de su dignidad cardenalicia.
Tal dice, más o menos, Andrés Beltramo en una entrada de su blog “Sacro y Profano” (ir a la adenda).
[E]n no pocos círculos vaticanos aseguran que el Papa Francisco fue “demasiado bueno” con el cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, al cual decidió mover de su puesto como responsable del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica pero lo mantuvo en Roma como Capellán de la Soberana Orden Militar de Malta. El movimiento fue presentado por algunos sectores mediáticos como una especie de “vendetta” del pontífice contra el purpurado que “lideró” la oposición a la línea aperturista en el más reciente Sínodo de los Obispos.
Es verdad, Burke fue uno de los más férreos opositores a las propuestas de la “vía misericordiosa”. No sólo se manifestó contrario a las tesis del cardenal alemán Walter Kasper, el cual propuso un camino posible para otorgar la comunión a ciertos fieles divorciados y vueltos a casar, después de un “itinerario penitencial”. Burke fue mucho más allá y se dijo contrario a cualquier reforma en los procesos de nulidad matrimonial. Sostuvo esta opinión contra el parecer de una inmensa mayoría de los asistentes al Sínodo, incluso aquellos que coincidían con él en muchas otras cosas.
Y es que Burke es algo más que un purpurado que defiende la sana doctrina. Sus salidas extemporáneas sobre múltiples situaciones han creado no pocos dolores de cabeza. De hecho, todos saben en Roma que fue trasladado al Vaticano luego de una crisis de grandes dimensiones en Estados Unidos, donde estuvo a punto de hacer saltar un plan apoyado por la mayoría de los obispos. El tema se refería a la posición del espicopado ante el gobierno de Obama.
Sus antecedentes vienen de mucho atrás. No tienen que ver sólo con el Papa Francisco, como algunos pretenden hacer creer. Aunque, claro, él mismo se empeñó en provocar, orrillar, casi obligar su salida. Pocas semanas después de la publicación de la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, en cuya introducción el pontífice dejó bien en claro que se trata de su “documento programático”, Burke salió a decir en una entrevista televisiva que no había encontrado en su mente “cómo definir” los contenidos de la misma y advirtió que, según él, no podía ser parte del magisterio de la Iglesia.
Luego, durante el Sínodo, pretendió hacer pasar ante la prensa un relato que no respondía a la realidad. Mintió cuando dijo que se estaba manipulando la información de la asamblea episcopal a través de la Sala de Prensa del Vaticano. Y se encargó de filtrar que iba a ser removido. “Degradado” dijeron sus defensores. Él mismo confirmó a un periodista que lo iban a cambiar, cuando todavía su designación no había sido publicada. En Roma todos, absolutamente todos, saben que -sea cual sea el Papa- anticiparse a los nombramientos no sólo es una falta de tacto, es también una falta de respeto.
Pero Burke pareció no darse cuenta de eso. Como tampoco se dio cuenta lo mal que iban a ser tomadas sus declaraciones en dos entrevistas distintas. A posteriori las quiso corregir, empeorando las cosas. Un periodista estadounidense (de BuzzFeed) aseguró que el cardenal había dicho que el Papa ha hecho un “grave daño a la Iglesia” por la confusión respecto de su postura sobre la comunión a los divorciados y vueltos a casar. Luego Burke aclaró que no había atribuído al Francisco el daño, sino a la “confusión”. ¿Confusión sobre qué? Confusión sobre la posición del Papa, obviamente. Ergo, no obstante la aclaración, al final lo sugerido por el periodista es lo que se desprendía de las palabras del purpurado, aunque no lo hubiese dicho abiertamente.
Hablando con la revista española “Vida Nueva” fue más allá y añadió: “Hay una fuerte sensación de que la Iglesia está como barca sin timón”. ¿A quién se refería con eso de sin timón? ¿Qué otro capitán puede tener la Iglesia sino el Papa?
Por todo esto no resulta extraño que varios curiales hayan ido a hablar directamente con Francisco y le hayan dicho que no le restaba sino pedirle directamente el birrete cardenalicio a Burke. Porque, en la Iglesia, el título de cardenal es concedido en razón del Papa y no viceversa. Los cardenales son consejeros del pontífice en su ministerio universal. Si el barco no tiene timonel, ¿de qué sirven los marineros?