Las rupturas litúrgicas de Francisco no son Franciscanas
Opinión de Mattia Rossi en Il Foglio, Abr-12-2013, página 5 (copia facsimilar en la imágen). Traducción de Secretum Meum Mihi.
Las rupturas litúrgicas de Francisco no son Franciscanas
Entre las últimas novedades del recién nacido pontificado bergogliano, además de la reciente designación del franciscano Padre Carballo como secretario de la Congregación para los Institutos de vida consagrada, hemos notado, en la Misa del domingo pasado de posesión del “obispo de Roma” Francisco, la restauración de la pastoral de plata (por Lello Scorzelli) de Juan Pablo II y el consiguiente dejar de lado aquella dorada de Benedicto XVI.
Y en Corriere della Sera del lunes, un entusiasta Alberto Melloni saludaba esta elección: contra la férula de Scorzelli “se ha lanzado la psicosis de los tradicionalistas que ven en todo al rededor las obsesiones que pueblan sus propias almas” ¿Viva, viva? Pero, entonces, será, tal vez, el caso recordar cualquier elemento perdido. Sobre todo, la ininterrumpida voluntad del Papa Francisco de dar demagógicas señales de discontinuidad que se manifiestan en su renuncia o sustitución de hábitos o símbolos: no muceta (signo de la potestad del Vicario de Cristo), cruz de hierro, sin zapatos rojos (que empero simbolizan el martirio de Pedro), no homilía desde el trono (que, sin embargo, sería imitar a Cristo que predicaba sentado), no ornamentos preciosos (sobre lo cual ya he tratado en Il Foglio del pasado 4 de abril), y ahora ninguna férula de oro de B-XVI.
Aquí, en efecto, el incómodo B-XVI: el “terrible” Papa alemán conservó los hábitos litúrgicos del predecesor Wojtyla por algunos años. El “retrógrado” B-XVI fue el único en esperar tanto tiempo antes de dar vida a un propio manifiesto litúrgico. Lo hemos visto con casullas, digamos, un poco extrañas, un palio kilométrico y, de hecho, la férula scorzelliana. El Papa Ratzinger, poco a poco, no recuperó un guardarropa por simple esteticismo (al cual, sin embargo, ahora parecen apelar los partidarios de un auspiciable arrebato del sacro mobiliario tradicional): lo hizo para hacer visible la continuidad de la lex orandi. Lo hizo para dejar claro que tiene que haber un “antes” y un “después”: los ornamentos, la lengua, el [canto] gregoriano, e incluso la férula son los mismos de siempre, como de siempre es la institución de la Iglesia. No se debe ser un papa que actúa de forma diferente a sus predecesores. Y aquello que, sin embargo, parece importar en estos pocos días del pontificado del Papa (¡perdón, “obispo de Roma”) Bergoglio es precisamente la discontinuidad y la separación del precedente con el cual la piononesca férula dorada, constituía el último punto de apoyo.
Y no se crea, por último, que todo esto es en nombre de un franciscanismo. Il poverello de Asís fue capaz de recordar a sus hermanos la distinción entre la pobreza personal y el lujo de la adoración. En la “Primera carta a los custodios”, Francisco advierte: “Los cálices, los corporales, los ornamentos del altar y todo lo que concierne al sacrificio, deben tenerlos preciosos. Y si el santísimo cuerpo del Señor estuviera colocado en algún lugar paupérrimamente, que ellos lo pongan y lo cierren en un lugar precioso según el mandato de la Iglesia, que lo lleven con gran veneración y que lo administren a los otros con discernimiento”. Y, sin embargo, Tomás de Celano, en su “Memorial” narra que Francisco dijo que “Quiso a veces enviar por el mundo hermanos que llevasen copones preciosos, con el fin de que allí donde vieran que estaba colocado con indecencia lo que es el precio de la redención, lo reservaran en el lugar más escogido”. Una liturgia franciscanamente de oro que ahora, parafranciscanamente, está desapareciendo.
Mattia Rossi